Amemos a San Jose. V. Si amamos a San José, amemos a Jesús

  • Si amamos a San José, amemos a Jesús.

El verdadero amador quiere complacer a la persona amada; donde falta este deseo, no puede haber verdadero amor. Ahora bien, no cabe duda de que sería imposible complacer a San José si no amásemos a Jesús. Este es el único deseo de los santos, ver amado a Jesús; único deseo, que incluye el doble bien de la gloria de Dios y de la salvación de las almas. En efecto, Dios no puede ser glorificado por las criaturas inteligentes sino con el amor; y la salvación, y más aún la vida de las almas, está tan sólo en el amor de Dios. Si estuviésemos postrados con el rostro en tierra día y noche, adorando a su Divina Majestad, y no cesásemos de cantar sus alabanzas, anunciar su gloria y ensalzar su poder y su bondad, pero, a la vez, tuviésemos nuestro corazón privado del amor de Dios, no le daríamos verdadera gloria; Él nos miraría como enemigos suyos y rebeldes, y más bien deberíamos llamarnos hipócritas que devotos; no seríamos hijos de Dios, sino hijos de Satanás; nuestra herencia no sería el cielo, sino el infierno, donde estaríamos condenados a una muerte eterna.

El único deseo de los santos es necesariamente el único deseo de San José, tanto mayor y más vivo, cuanto que en él más excelsa y perfecta la santidad. Luego, si amando de verdad a San José, queremos darle gusto, amemos a Jesús. Y siempre le daremos mayor gusto, si, representándonos a Jesús niño y haciendo cuenta que le vemos tal como mil veces estuvo en sus brazos, le hacemos actos de amor durante esta devota contemplación.  Amemos a Jesús, amémoslo imaginando al Niño en brazos de San José: de esta manera daremos a nuestro santo gran contento y una prueba de verdadero amor.

Por otra parte, este amor no ha se consistir tan solo en el afecto interior, sino que se ha de manifestar en las obras, es decir, ha de ser activo, cual conviene al verdadero amor, y como lo era el de San José cuando guardaba a Jesús. ¡Ah, qué cuidado tenía en que Jesús, en cuanto se le permitía su pobreza, tuviese un buen alojamiento, buena comida, buen vestido y en que nada le causase daño o molestia! Para que sea activo nuestro amor a Jesús, preparémosle buena morada en nuestro corazón cuando le recibimos en el Santísimo Sacramento: un corazón purificado de toda suciedad, un corazón ardiente en su santo amor, un corazón ancho por la gran confianza en su bondad.

Y, puesto que Jesús, sentado a la diestra de Dios Padre entre los resplandores de los santos, está revestido de soberana gloria inmortal, a la cual nos es imposible llegar, procuremos buenas vestiduras a nuestra alma, para cuando debamos sentarnos en el sagrado Convite, que de Sí mismo nos da en la Sagrada Eucaristía, y para cuando tengamos de ser introducidos en su presencia, en el festín eterno de sus elegidos. Estas vestiduras son los hábitos de las virtudes cristianas, de los cuales nuestras almas han de estar revestidas y adornadas, cual conviene a los hijos de Dios y cual convendrá a sus esposas, para tener entrada en la cámara real. Procurémonos los hábitos de una fe viva, de una esperanza firme, de una humildad profunda, de una paciencia invicta, de una castidad inmaculada, y, de un modo especial, de una caridad ardiente, a la cual todas las virtudes dichas, y otras muchas, hacen inseparable cortejo: estas son las hermosas y las dignas vestiduras de las hijas y de las esposas de Dios.

Procuremos, además, en cuanto dependa de nosotros, impedir que alguien disguste u ofenda a Dios, impidiendo en cuanto sea posible, el pecado en los otros y trabajando para su santificación. De esta manera, no sólo impediremos que los demás disgusten a Jesús, sino también cooperaremos eficazmente a que le den gusto y contento; por lo cual nuestro amor será activo, como debe serlo el verdadero amor y como lo quiere San José, y, amando de esta manera a Jesús. AMAREMOS A SAN JOSÉ.

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