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María Santísima
María después de Jesucristo, es el gran beneficio, el gran don de amor que el Padre divino dio al mundo.
María por sí sola honra a la Santísima Trinidad más que todos los santos y Angeles.
Los santos demuestran su amor a Dios con frecuentes actos de caridad: en cambio María lo amó con un solo acto, incesante.
La devoción a María Santísima es un signo de predestinación; quiere decir que la persona devota de María tiene una razón especial de confiar en que no le va a faltar el Paraíso. Notamos también que las almas, se perfeccionan en la devoción a María en la medida que crecen en las virtudes cristianas.
Para María la alegría más preciosa y más querida en su corazón es la gracia de no haber cometido jamás algún pecado, tampoco el original. Por lo cual el obsequio más grato a Ella es el mantenerse lo más limpio posible de toda mancha de pecado.
El amor es la medida del dolor. Habría que conocer cuanto María amaba a su Hijo para tener una idea de su dolor a los pies de la cruz.
Cuando la Iglesia necesita de una defensa recurre a Ella con confianza segura. Lo que María es en la Iglesia triunfante -después de Dios es el esplendor y la gloria del Paraíso- lo es también en la tierra, porque la devoción a la Virgen María es el consuelo, el esplendor, la gloria de la Iglesia militante.
Así como una madre tierna seca el frío sudor de la agonía y enjuga las lágrimas del querido hijo que muere, así María, la más tierna de las madres, mitiga el dolor del corazón, consuela nuestras aflicciones.
Agitaciones continuas, y más, incesantes: ¿acaso no es así toda nuestra vida? Cuando las olas de la tormenta de la vida son más fuertes es precisamente cuando encontramos un gran alivio al dirigir la mirada a esta amable estrella que es María.
La verdadera devoción implica amistad y la amistad exige semejanza entre personas amigas. Por lo tanto el medio mejor para llegar a ser devotos y amigos de María es aquello de llegar a ser semejantes a Ella con una vida pura y casta, lo mejor posible.
La devoción a María es la protección de la adolescencia, la defensa de la juventud; es el sostén, el consuelo de la edad adulta y de la más avanzada vejez. La devoción a María es consuelo de los afligidos, salud de los enfermos, refugio de los abandonados, honor y gloria del pueblo cristiano.
Madres, hagan todo lo posible para que vuestros hijos crezcan devotos de la Virgen María. Muéstrenles a tiempo esta Madre celestial: Ella se los mantendrá respetuosos y cariñosos, inclusive hacia ustedes.
Apenas empiezas a conocer a María Santísima: con todo el amor entrégale también tu corazón. Este ofrecimiento es bueno que lo repitas varias veces, de vez en cuando, porque esto le agrada mucho a la Virgen, y le agrada porque despierta en nosotros el amor filial y mantiene nuestro corazón ajeno de los apegos desordenados a las cosas de este mundo.
Si amas a María te debes caracterizar por dos virtudes: la primera es la obediencia, la otra es la santa pureza. La inocencia es el primer amor del corazón de María.
Nos damos cuenta que los más sinceros y los más tiernos devotos de la Virgen son los más devotos del Santísimo Sacramento. Entonces comulguen seguido, lo más seguido que puedan, aún todos los días preparándose a esto con toda la pureza posible del corazón. De esta forma crecerán día a día -y crecerán mucho- en el amor a Jesús y a María.
Hay muchos cristianos que sienten escrúpulos si abandonan el rezo del santo Rosario; pero en su impaciencia lo rezan sin ocupar el tiempo necesario, el que corresponde. De modo que lo apuran de tal forma que llega a ser una oración sacudida, no grata a Dios y a la Virgen, más bien desagradable porque las obras de Dios hechas con negligencia no pueden de ninguna manera ser bien recibidas por la Santísima Virgen y mucho menos por nuestro Señor.
El amor a María es santo y aquellos que la aman no quieren quedar solos en amarla, sino que quisieran ver a todo el mundo encendido e imbuido totalmente del amor de María.