Amemos a San Jose. VII. Si amamos a San José amemos la castidad

VII. Si amamos a San José amemos la castidad

¡La castidad! Esta es aquella virtud que tanto agrada a San José, producida de una manera especial y conservada en las almas por la Sagrada Eucaristía. Por lo tanto, quién ama a San José ha de amar mucho la castidad, y cada uno ha de guardarla según su estado, con gran cautela, por lo que aun los que viven en matrimonio pueden dar pruebas de amor a San José, mostrándose amantes de la castidad, según su estado lo requiere. Pero el virginal San José, el esposo de la Reina de las Vírgenes, sobre todo y con amor inefable ama la castidad virginal: por esto, los que guardan perfecta y perpetua castidad, tienen derecho a ser especialmente amados de San José, y son los que le dan singularísimas señales de amor, conservando en sí mismos aquella pureza angélica que a él inefablemente agrada. Por lo tanto, si nosotros guardamos esta castidad, tendremos derecho a ser contados entre los principales amantes de San José y seremos necesariamente sus predilectos en el amor.

Los que conocen las prerrogativas excelsas de esta virtud, que es la más bella y la más admirable de las virtudes cristianas, aquellas que, al decir de Jesucristo, hace a los hijos y las hijas de Adán, semejantes a los hijos de Dios, a los ángeles del cielo (erunt sicut angeli Dei), serán muy dichosos si, llegando a tiempo, conservan este tesoro y, si quieren conservarlo por amor a San José, pueden tener la seguridad de que este gran santo se creerá obligado a ellos de un modo particular, y de que, por su medio, alcanzarán singulares gracias. ¡Ah, que no se dejen fascinar por la más seductora de las pasiones! ¡Ah, qué no se dejen engañar por los prejuicios (¡son tantos!) del mundo, el cual, mientras por una parte se ve obligado a admirar una virtud que es la más clara y la más espléndida, por otra parte le hace constantemente guerra, y quisiera al menos, presentarla como una virtud tan difícil que nadie pudiese aspirar a la gloria de conservarla!.

Tú que lees esto y que sientes en tu corazón la santa inspiración de conservar en ti tan bella virtud, por amor a San José no quieras hacer ningún caso de los prejuicios del mundo. La hermosa virtud de la castidad puedes conservarla fácilmente, mientras quieras. Guárdate de toda ocasión peligrosa y frecuenta mucho la Sagrada Comunión, y no temas: tendrás gracia más que suficiente para guardarla; te lo aseguran todos los Padres y Doctores de la Iglesia (Vid. A. Lápide. In Matth., XIX,11.). Pruébalo y lo verás. Después de esto, por amor a San José, haz algo más: conviértete en apóstol de esta virtud, procurando darla a conocer y haciendo que los demás la amen.

¡Ah, la hermosa virtud, la más hermosa entre todas las virtudes, que al decir de Santa María Magdalena de Pazzis, es el Paraíso en la tierra, donde arraiga toda perfección de virtud, que en este mundo se pueda tener…porque es el instrumento más apto para conquistarla!.

¡Para cuántas almas esta virtud, la más hermosa entre todas, es casi desconocida, porque poco o casi nada se habla de ella! Los que la conocen, los que la aman, la dan a conocer y la hacen amar. No tema nadie que no sea apta para todos los que quieren abrazarla; no padecía este temor San Pablo, cuando exhortaba a todos los fieles a que llevasen vida de continencia. (I Cor. VII,7) ¡Oh San José, ayudadnos para alcanzar este fin! Ahora, por la divina gracia, va creciendo el número de los que conocen las prerrogativas de esta virtud, son firmes en conservarla y se esfuerzan en darla a conocer y en hacer que la abracen los demás. Este número aumenta considerablemente entre las doncellas cristianas. San José, bendecid el propósito, bendecid el celo de estas almas tan amadas por ti. ¡Oh San José, cuanto os alegrasteis en el Paraíso, cuando visteis que vuestra esposa María, al subir al cielo, dejaba en la tierra las semillas de los lirios que habían de florecer, alimentados por sus ejemplos, bajo el rocío de sus gracias! Habían de florecer en la tierra, para ser después trasplantados al cielo, y enriquecer allí, con su belleza y fragancia, el jardín por donde se pasea el Cordero que justamente se apacienta de lirios.

Vuestra esposa María es la jardinera de los lirios esparcidos acá y allá por esta tierra y vigila desde el cielo para que se conserven siempre puros, dignos de aquel feliz trasplanteamiento. Vuestra esposa María ha trasplantado tantos al cielo, que no se puede contar su número. El lirio de ella sobresale entre todos por su incomparable encanto, como el rey de los lirios; el vuestro que está cerca del suyo, es el segundo en recibir honor San José, ayudadnos: veis cuantas son las corrupciones del mundo; quisierais que aumentaran tanto los lirios en la tierra, que su perfume no dejase sentir el mal olor de aquellas. Quisierais que, al llegar la hora, trasplantados todos al cielo, dilatasen inmensamente el jardín del Cordero.

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