REFLEXIONES DOMINGO XV (TO)

PENSAMIENTOS PARA EL EVANGELIO DE HOY

  • «Cuán grande y admirable cosa es la caridad. Roguemos, pues, y supliquémosle que, por su misericordia, nos permita vivir en la caridad» (San Clemente de Roma)
  • «Buen Samaritano es todo hombre sensible al sufrimiento ajeno, el hombre que ‘se conmueve’ ante la desgracia del prójimo. Es necesario cultivar esta sensibilidad del corazón, que testimonia la compasión hacia el que sufre» (San Juan Pablo II)
  • «Cuando le hacen la pregunta: ‘¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?’ (Mt 22,36), Jesús responde: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas’ (Mt 22,37-40). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.055)

SIN RODEOS

No es necesario un análisis muy profundo para descubrir las actitudes de autodefensa, recelo y evasión que adoptamos ante las personas que pueden turbar nuestra tranquilidad. Cuántos rodeos para evitar a quienes nos resultan molestos o incómodos. Cómo apresuramos el paso para no dejarnos alcanzar por quienes nos agobian con sus problemas, penas y sinsabores.

Se diría que vivimos en actitud de guardia permanente ante quien puede amenazar nuestra felicidad. Y, cuando no encontramos otra manera mejor de justificar nuestra huida ante personas que nos necesitan, siempre podemos recurrir al hecho de que «estamos muy ocupados».

Qué actualidad cobra la «parábola del samaritano» en esta sociedad de hombres y mujeres que corren cada uno a sus ocupaciones, se agitan tras sus propios intereses y gritan cada uno sus propias reivindicaciones.

Según Jesús, solo hay una manera de «ser humano». Y no es la del sacerdote o el levita, que ven al necesitado y «dan un rodeo» para seguir su camino, sino la del samaritano, que camina por la vida con los ojos y el corazón bien abiertos para detenerse ante quien puede necesitar su ayuda.

Cuando escuchamos sinceramente las palabras de Jesús, sabemos que nos está llamando –a pasar de la hostilidad– a la hospitalidad. Sabemos que nos urge a vivir de otra manera, creando en nuestra vida un espacio más amplio para quienes nos necesitan. No podemos escondernos detrás de «nuestras ocupaciones» ni refugiarnos en hermosas teorías.

Quien ha comprendido la fraternidad cristiana sabe que todos somos «compañeros de viaje» que compartimos la misma condición de seres frágiles que nos necesitamos unos a otros. Quien vive atento al hermano necesitado que encuentra en su camino descubre un gusto nuevo a la vida. Según Jesús, «heredará vida eterna».

José Antonio Pagola

LOS HERIDOS DE LAS CUNETAS

La parábola del «buen samaritano» le salió a Jesús del corazón, pues caminaba por Galilea muy atento a los mendigos y enfermos que veía en las cunetas de los caminos. Quería enseñar a todos a caminar por la vida con «compasión», pero pensaba sobre todo en los dirigentes religiosos.

En la cuneta de un camino peligroso un hombre asaltado y robado ha sido abandonado «medio muerto». Afortunadamente, por el camino llega un sacerdote y luego un levita. Ambos pertenecen al mundo oficial del templo. Son personas religiosas. Sin duda se apiadarán de él.

No es así. Al ver al herido, los dos cierran sus ojos y su corazón. Para ellos es como si aquel hombre no existiera: «Dan un rodeo y pasan de largo», sin detenerse. Ocupados en su piedad y su culto a Dios, siguen su camino. Su preocupación no son los que sufren.

En el horizonte aparece un tercer viajero. No es sacerdote ni levita. No viene del templo ni pertenece siquiera al pueblo elegido. Es un despreciable «samaritano». Se puede esperar de él lo peor.

Sin embargo, al ver al herido «se le conmueven las entrañas». No pasa de largo. Se acerca a él y hace todo lo que puede: desinfecta sus heridas, las cura y las venda. Luego lo lleva en su cabalgadura hasta una posada. Allí lo cuida personalmente y procura que lo sigan atendiendo.

Es difícil imaginar una llamada más provocativa de Jesús a sus seguidores, y de manera directa a los dirigentes religiosos. No basta que en la Iglesia haya instituciones, organismos y personas que están junto a los que sufren. Es toda la Iglesia la que ha de aparecer públicamente como la institución más sensible y comprometida con los que sufren física y moralmente.

Si a la Iglesia no se le conmueven las entrañas ante los heridos de las cunetas, lo que haga y lo que diga será bastante irrelevante. Solo la compasión puede hacer hoy a la Iglesia de Jesús más humana y creíble.

José Antonio Pagola

Desplazamiento al inicio