san Policarpo, obispo y mártir.

San Policarpo forma parte del grupo de obispos de la iglesia primitiva a quienes se los llama padres apostólicos, por haber sido discípulos de los apóstoles y directamente instruidos por ellos. Policarpo fue discípulo de san Juan Evangelista y entre sus propios sus discípulos se encontraban san Ireneo y Papías.
Fue obispo de la ciudad de Esmirna, en Turquía. En una oportunidad, emprendió un viaje a Roma para dialogar con el papa Aniceto y con la especial intención de llegar a un acuerdo para unificar la fecha de la fiesta de Pascua entre los cristianos de Asia y los de Europa, puesto que diferían. Como no lograron convenir, acordaron que ambos conservarían sus propias costumbres y permanecerían unidos por la caridad y, para demostrarle su respeto a Policarpo, el pontífice lo invitó a celebrar la Eucaristía en su iglesia.
Una antigua tradición cuenta que, mientras Policarpo andaba por Roma, se encontró con Marción, un hereje que negaba varias verdades de la fe católica. Marción le preguntó: “¿No me conoces?” y el santo le respondió: “Si te conozco. Tú eres un hijo de satanás”. El santo obispo había heredado este aborrecimiento hacia las herejías de su maestro san Juan, porque ambos comprendían el gran daño que producen.
Cuando san Ignacio de Antioquía fue llevado a Roma encadenado para ser martirizado, en su paso por Esmirna, Policarpo salió a su encuentro y besó sus cadenas. Por su parte, Ignacio le encomendó que velara por su lejana Iglesia de Antioquía y le pidió que escribiera en su nombre a las Iglesias de Asia, a las que él no había podido escribir. Al poco tiempo, Policarpo escribió una carta dirigida a los Filipenses que se conserva todavía y que alabaron muchos santos como san Ireneo, san Jerónimo y Eusebio. Se cuenta que, en tiempos de san Jerónimo, la carta de Policarpo se leía públicamente en las iglesias por la excelencia de sus consejos y la claridad de su estilo.
Durante el sexto año de Marco Aurelio, según la narración de Eusebio, estalló una grave persecución en Asia y los cristianos debieron dar pruebas de su valor, incluido Policarpo. Es gracias a una detallada carta que escribieron los cristianos de Esmirna luego del martirio del santo que han trascendido los detalles de sus últimos días. En ella relatan: “Cuando estalló la persecución, Policarpo no se presentó voluntariamente a las autoridades para que lo mataran, porque él tenía temor de que su voluntad no fuera lo suficientemente fuerte para ser capaz de enfrentarse al martirio, y porque sus fuerzas no eran ya tan grandes pues era muy anciano. Él se escondió, pero un esclavo fue y contó dónde estaba escondido y el gobierno envió un piquete de soldados a llevarlo preso. Era de noche cuando llegaron. Él se levantó de la cama y exclamó: ‘Hágase la santa voluntad de Dios’. Luego mandó que les dieran una buena cena a los que lo iban a llevar preso y les pidió que le permitieran rezar un rato. Pasó bastantes minutos rezando y varios de los soldados, al verlo tan piadoso y tan santo, se arrepintieron de haber ido a llevarlo preso.
El gobernador le gritó: ‘Si no adora al César y sigue adorando a Cristo lo condenaré a las llamas’. El santo respondió: ‘Me amenazas con fuego que dura unos momentos y después se apaga. Yo lo que quiero es no tener que ir nunca al fuego eterno que nunca se apaga’.
En ese momento el populacho empezó a gritar: ‘¡Este es el jefe de los cristianos, el que prohíbe adorar a nuestros dioses! ¡Que lo quemen!’. Y también los judíos pedían que lo quemaran vivo. El gobernador les hizo caso y decretó su pena de muerte, y todos aquellos enemigos de nuestra santa religión se fueron a traer leña de los hornos y talleres para encender una hoguera y quemarlo.
Tan pronto terminó Policarpo de rezar su oración, prendieron fuego a la leña, y entonces sucedió un milagro ante nuestros ojos y a la vista de todos los que estábamos allí presentes: las llamas, haciendo una gran circunferencia, rodearon al cuerpo del mártir, y el cuerpo de Policarpo ya no parecía un cuerpo humano quemado sino un hermoso pan tostado, o un pedazo de oro sacado de un horno ardiente. Y todos los alrededores se llenaron de un agradabilísimo olor como de un fino incienso. Los verdugos recibieron la orden de atravesar el corazón del mártir con un lanzazo, y en ese momento vimos salir volando desde allí hacia lo alto una blanquísima paloma, y al brotar la sangre del corazón del santo, en seguida la hoguera se apagó”.
El martirio de Policarpo fue el día 23 de febrero del año 155. Los cristianos de Esmirna terminan su carta contando que los judíos y paganos le pidieron al jefe de la guardia que destruyeran e hicieran desaparecer el cuerpo del mártir, y el militar lo mandó quemar, pero ellos alcanzaron a recoger algunos de sus huesos, los cuales veneraban como un tesoro más valioso que las más ricas joyas y que los llevaban al sitio donde se reunían para orar.
Los judíos y paganos temían que, abandonando al Crucificado, los cristianos comenzaran a adorar a Policarpo. En respuesta a estas sugerencias, los autores de la carta escribieron que ellos no podían abandonar a Jesucristo ni adorar a nadie porque a Él le adoraban como Hijo de Dios, y a los mártires los amaban simplemente como discípulos e imitadores suyos, por el amor que mostraron a su Rey y Maestro.
En el día de su fiesta, le rogamos a san Policarpo que interceda ante Dios para que también nosotros podamos vivir fieles a Nuestro Señor Jesucristo porque hasta el cielo no paramos.

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