“CAMINANDO CON JESÚS”
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PENSAMIENTOS PARA EL EVANGELIO DE HOY
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«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar» (San Juan de la Cruz)
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«‘Señor, ¿a quién iremos?’. También nosotros podemos y queremos repetir en este momento la respuesta de Pedro, ciertamente conscientes de nuestra fragilidad humana» (Benedicto XVI)
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«(…) Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros ‘espíritu y vida’ (Jn 6,63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre ‘ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!’ (Ga 4,6) (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.766)
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¿POR QUÉ NOS QUEDAMOS?
Señor, ¿a quién vamos a acudir?
Durante estos años se han multiplicado los análisis y estudios sobre la crisis de las Iglesias cristianas en la sociedad moderna. Esta lectura es necesaria para conocer mejor algunos datos, pero resulta insuficiente para discernir cuál ha de ser nuestra reacción. El episodio narrado por Juan nos puede ayudar a interpretar y vivir la crisis con hondura más evangélica.
Según el evangelista, Jesús resume así la crisis que se está creando en su grupo: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, algunos de vosotros no creen». Es cierto. Jesús introduce en quienes le siguen un espíritu nuevo; sus palabras comunican vida; el programa que propone puede generar un movimiento capaz de orientar el mundo hacia una vida más digna y plena.
Pero, no por el hecho de estar en su grupo, está garantizada la fe. Hay quienes se resisten a aceptar su espíritu y su vida. Su presencia en el entorno de Jesús es ficticia; su fe en él no es real. La verdadera crisis en el interior del cristianismo siempre es ésta: ¿creemos o no creemos en Jesús?
El narrador dice que «muchos se echaron atrás y no volvieron a ir con él». En la crisis se revela quiénes son los verdaderos seguidores de Jesús. La opción decisiva siempre es ésa: ¿quiénes se echan atrás y quiénes permanecen con él, identificados con su espíritu y su vida? ¿Quién está a favor y quién está en contra de su proyecto?
El grupo comienza a disminuir. Jesús no se irrita, no pronuncia ningún juicio contra nadie. Sólo hace una pregunta a los que se han quedado junto a él: «¿También vosotros queréis marcharos?». Es la pregunta que se nos hace hoy a quienes seguimos en la Iglesia: ¿Qué queremos nosotros? ¿Por qué nos hemos quedado? ¿Es para seguir a Jesús, acogiendo su espíritu y viviendo a su estilo? ¿Es para trabajar en su proyecto?
La respuesta de Pedro es ejemplar: «Señor, ¿a quién vamos a acudir. Tú tienes palabras de vida eterna». Los que se quedan, lo han de hacer por Jesús. Sólo por Jesús. Por nada más. Se comprometen con él. El único motivo para permanecer en su grupo es él. Nadie más.
Por muy dolorosa que nos parezca, la crisis actual será positiva si los que nos quedamos en la Iglesia, muchos o pocos, nos vamos convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en hombres y mujeres que vivimos de sus palabras de vida.
José Antonio Pagola
PREGUNTA DECISIVA
El evangelio de Juan ha conservado el recuerdo de una fuerte crisis entre los seguidores de Jesús. No tenemos apenas datos. Solo se nos dice que a los discípulos les resulta duro su modo de hablar. Probablemente les parece excesiva la adhesión que reclama de ellos. En un determinado momento, “muchos discípulos suyos se echaron atrás”. Ya no caminaban con él.
Por primera vez experimenta Jesús que sus palabras no tienen la fuerza deseada. Sin embargo, no las retira, sino que se reafirma más: “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen”. Sus palabras parecen duras, pero transmiten vida, hacen vivir pues contienen Espíritu de Dios.
Jesús no pierde la paz. No le inquieta el fracaso. Dirigiéndose a los Doce les hace la pregunta decisiva: “¿También vosotros queréis marcharos?”. No los quiere retener por la fuerza. Les deja la libertad de decidir. Sus discípulos no han de ser siervos sino amigos. Si quieren puede volver a sus casas.
Una vez más Pedro responde en nombre de todos. Su respuesta es ejemplar. Sincera, humilde, sensata, propia de un discípulo que conoce a Jesús lo suficiente como para no abandonarlo. Su actitud puede todavía hoy ayudar a quienes con fe vacilante se plantean prescindir de toda fe.
“Señor, ¿a quién vamos a acudir?”. No tiene sentido abandonar a Jesús de cualquier manera, sin haber encontrado un maestro mejor y más convincente: Si no siguen a Jesús se quedarán sin saber a quién seguir. No se han de precipitar. No es bueno quedarse sin luz ni guía en la vida.
Pedro es realista. ¿Es bueno abandonar a Jesús sin haber encontrado una esperanza más convincente y atractiva? ¿Basta sustituirlo por un estilo de vida rebajada, sin apenas metas ni horizonte? ¿Es mejor vivir sin preguntas, planteamientos ni búsqueda de ninguna clase?
Hay algo que Pedro no olvida: “Tú tienes palabras de vida eterna”. Siente que las palabras de Jesús no son palabras vacías ni engañosas. Junto a él han descubierto la vida de otra manera. Su mensaje les ha abierto a la vida eterna. ¿Con qué podrían sustituir el Evangelio de Jesús? ¿Dónde podrán encontrar una Noticia mejor de Dios?
Pedro recuerda, por último, la experiencia fundamental. Al convivir con Jesús han descubierto que viene del misterio de Dios. Desde lejos, a distancia, desde la indiferencia o el desinterés no se puede reconocer el misterio que se encierra en Jesús. Los Doce lo han tratado de cerca. Por eso pueden decir: “Nosotros creemos y sabemos”. Seguirán junto a Jesús.
José Antonio Pagola
PALABRAS INCREÍBLES
Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.
En la sociedad moderna vivimos acosados por palabras, comunicados, imágenes y noticias de todo tipo. Ya no es posible vivir en silencio. Anuncios, publicidad, noticiarios, discursos y declaraciones invaden nuestro mundo interior y nuestro ámbito doméstico.
Esta «inflación de la palabra» ha penetrado también en algunos sectores de la Iglesia. Hoy los eclesiásticos y los teólogos hablamos y escribimos mucho. Quizá más que nunca. La pregunta que nos hemos de hacer es sencilla: ¿Qué capta la gente en nosotros?, ¿palabras «llenas de espíritu y vida», como eran las de Jesús, o palabras vacías?
A lo largo de los años he oído muchas críticas a la predicación de la Iglesia. Se nos acusa de poca fidelidad al evangelio o al magisterio del Papa, de alianza con una ideología política de un signo o de otro, de poca apertura a la modernidad… Intuyo que no pocos que se alejan hoy de la Iglesia quieren saber si, al menos para nosotros, nuestras palabras significan algo.
La palabra de Jesús era diferente. Nacía de su propio ser, brotaba de su amor apasionado al Padre y a los hombres. Era una palabra creíble, llena de vida y de verdad. Se entiende la reacción espontánea de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna».
Muchos hombres y mujeres de hoy no han tenido nunca la suerte de escuchar con sencillez y de manera directa sus palabras. Su mensaje les ha llegado, muchas veces desfigurado y distorsionado por demasiadas doctrinas, fórmulas ideológicas y discursos poco evangélicos.
Uno de los mayores servicios que podemos realizar en la Iglesia es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de los hombres y mujeres de nuestros días. Ponerles en contacto con su persona. La gente no necesita escuchar nuestras palabras sino las suyas. Sólo ellas son «espíritu y vida».
Es sorprendente ver que, cuando nos esforzamos por presentar a Jesús de manera viva, directa y auténtica, su mensaje resulta más actual que todos nuestros discursos.
José Antonio Pagola
RUIDO
Son espíritu y vida.
Se ha dicho que el problema del hombre moderno es un problema de ruido. Envuelto en ruido exterior e interior, agitado por toda clase de estímulos y sensaciones, llevado de una parte a otra por la ansiedad y la prisa, el hombre de nuestros días se ha quedado sin silencio y no sabe cómo curarse de esta grave enfermedad que comienza a arruinar su ser.
El ruido impide a la persona conocerse debidamente a sí misma pues obstaculiza el acceso a su mundo interior. El individuo no tiene oído para escuchar lo mejor de sí mismo. Así hablaba hace unos años aquel gran Papa que fue Pablo VI: «Nosotros, hombres modernos, estamos demasiado extrovertidos, vivimos fuera de nuestra casa e incluso hemos perdido la llave para volver a entrar en ella».
Al mismo tiempo, el ruido aliena a la persona pues la disgrega, introduce en ella confusión y la hace vivir desde lo exterior. El hombre sin silencio y sosiego interior corre el riesgo de vivir dirigido desde fuera. Se convierte en un ser vulnerable al que falta consistencia interior y profundidad. Cualquier acontecimiento negativo puede hacerle perder estabilidad.
Por otra parte, al hombre ruidoso se le hace difícil el encuentro con Dios. Pierde el contacto con su núcleo interior, no acierta a escuchar con claridad la voz de su conciencia ni su anhelo de infinito, su religiosidad se hace cada vez más superficial. El problema de no pocas personas indiferentes y desencantadas de Dios es un problema de ruido interior.
El silencio es imprescindible si la persona quiere vivir con cierta hondura. El sosiego interior le ayuda a encontrarse consigo misma y escuchar sus verdaderos deseos. Un cuerpo relajado, una mente serena, un espíritu pacificado ayudan a curarse de muchos problemas pues permiten enfrentarse a ellos con más fuerza interior. El silencio, la atención a nuestro mundo interior, la meditación abren el acceso a todo lo más humano.
La fe en Jesucristo es posible cuando, de alguna manera, se escucha su voz aunque sea de manera casi imperceptible. En el cuarto evangelio se recogen estas palabras de Jesús: «Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida». Sin embargo, cuando se vive lleno de ruido, es difícil escuchar esa voz.
José Antonio Pagola
¿QUIERES MARCHARTE?
¿También vosotros queréis marcharos?
El mundo en que vivimos no puede ser considerado como cristiano. Las nuevas generaciones no aceptan fácilmente la visión de la vida que se transmitía de padres a hijos por vía de autoridad. Las ideas y directrices que predominan en la cultura moderna se alejan mucho de la inspiración cristiana. Vivimos en una época «post cristiana».
Esto significa que la fe ya no es «algo evidente y natural». Lo cristiano está sometido a un examen crítico cada vez más implacable. Son muchos los que en este contexto se sienten sacudidos por la duda y bastantes los que, dejándose llevar por las corrientes del momento, lo abandonan todo.
Una fe combatida desde tantos frentes no puede ser vivida como hace unos años. El creyente no puede ya apoyarse en la cultura ambiental ni en las instituciones. La fe va a depender cada vez más de la decisión personal de cada uno. Será cristiano quien tome la decisión consciente de aceptar y seguir a Jesucristo. En el futuro, el cristianismo será fruto de una opción libre y responsable. Este es el dato, tal vez, más decisivo en el momento religioso que vive hoy Europa: se está pasando de un cristianismo por nacimiento a un cristianismo por elección.
Ahora bien, el hombre moderno necesita apoyarse en algún tipo de experiencia positiva para tomar una decisión tan importante. La experiencia se está convirtiendo en una especie de patente de autenticidad y en factor fundamental para decidir la orientación de la propia vida. Esto significa que, en el futuro, la experiencia religiosa será cada vez más importante para fundamentar la fe. Será creyente aquel que experimente que Dios le hace bien y que Jesucristo le ayuda a vivir.
El relato evangélico de Juan resulta hoy más significativo que nunca. En un determinado momento, muchos discípulos de Jesús dudan y se echan atrás. Entonces Jesús dice a los Doce: « ¿También vosotros queréis marcharos?» Simón Pedro le contesta en nombre de todos desde una experiencia básica: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos». Muchos se mueven hoy en un estado intermedio entre un cristianismo tradicional y un proceso de descristianización. No es bueno vivir en la ambigüedad. Es necesario tomar una decisión fundamentada en la propia experiencia. Muchos abandonan lo religioso pues piensan que les irá mejor. Y tú, ¿también quieres marcharte?
José Antonio Pagola