Reflexión 15 septiembre 2024

Tres  mujeres

Lunes 15 de septiembre de 2014

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 38, viernes 19 de septiembre de 2014

 

Dos mujeres y madres —María y la Iglesia— llevan a Cristo a una tercera mujer, que se asemeja a las primeras dos pero es más «pequeña»: nuestra alma. Con esta imagen todas en femenino el Papa quiso reafirmar que sin la maternidad de María y de la Iglesia no tenemos a Cristo. «Nosotros no somos huérfanos» recordó durante la misa que celebró el lunes 15 de septiembre.

El Papa Francisco evidenció inmediatamente cómo «la Iglesia, en su liturgia, nos lleva dos veces, en dos días, uno detrás del otro, al Calvario»: en efecto, «ayer nos hacía contemplar la cruz de Jesús, hoy a su madre a los pies de la cruz» (Jn 19, 25-27). En particular, «ayer nos hacía decir una palabra: gloriosa». Una palabra que hacía referencia a la «cruz del Señor, porque llevaba a la vida, nos llevaba a la gloria». Pero «hoy la palabra más fuerte de la liturgia es: madre. Gloriosa la cruz; humilde y dócil la madre», que la liturgia celebra hoy como Virgen dolorosa.

San Pablo (Heb 5, 7-9) «destaca tres palabras fuertes al hablar de Jesús como hijo: aprendió, obedeció y sufrió». Jesús, en esencia, «aprendió la obediencia y sufrió». Por lo tanto, «es lo contrario de lo que había ocurrido a nuestro padre Adán, que no había querido aprender lo que el Señor le exigía, que no había querido sufrir ni obedecer». Sobre todo, prosiguió, «este pasaje de la Carta a los Hebreos nos recuerda ese otro pasaje de la Carta a los Filipenses: aún siendo Dios, no retuvo el ser igual a Dios; se despojó y humilló a sí mismo haciéndose siervo. Esta es la gloria de la cruz de Jesús», quien, afirmó el Papa Francisco, «vino al mundo para aprender a ser hombre, y siendo hombre, caminar con los hombres. Vino al mundo para obedecer y obedeció». Pero «esta obediencia la aprendió del sufrimiento».

«Adán salió del paraíso con una promesa —prosiguió— que continuó adelante durante siglos. Hoy, con esta obediencia, con este despojarse a sí mismo y humillarse de Jesús, esa promesa se hace esperanza». Y «el pueblo de Dios camina con esperanza cierta».

También María «la madre, la nueva Eva, como Pablo mismo la llama, participa de este camino del hijo: aprendió, sufrió y obedeció». Ella «se convierte en madre». Podríamos decir que es «ungida como madre» —afirmó el Pontífice— y lo mismo vale para la Iglesia.

Por lo tanto, esta es «nuestra esperanza: nosotros no somos huérfanos, tenemos madres»: ante todo María. Y luego la Iglesia, que es madre «cuando realiza el mismo camino de Jesús y María: el camino de la obediencia, el camino del sufrimiento, y cuando tiene esa actitud de aprender continuamente el camino del Señor».

«Estas dos mujeres —María y la Iglesia— llevan adelante la esperanza que es Cristo, nos dan a Cristo, engendran a Cristo en nosotros» reafirmó el obispo de Roma. Así, «sin María, no estaría Jesucristo; sin la Iglesia, no podemos ir adelante». Son «dos mujeres y dos madres».

«María —explicó el Papa Francisco— permaneció firme a los pies de la cruz, estaba unida al hijo porque lo había aceptado y sabía, más o menos, que le esperaba una espada: Simeón se lo había anunciado». María es la «madre firmísima», continuó, «que nos da seguridad en este camino de aprendizaje, de sufrimiento y de obediencia». Y también la Iglesia madre «permanece firme cuando adora a Jesucristo y nos guía, nos enseña, nos cubre, nos ayuda en este camino de la obediencia, del sufrimiento, de aprender esta sabiduría de Dios».

Mas aún, afirmó el Pontífice, «también nuestra alma participa de esto, cuando se abre a María y a la Iglesia: según el monje Isaac, el abad de Stella, también nuestra alma es femenina y se asemeja análogamente a María y a la Iglesia». Así, «hoy, contemplando a los pies de la cruz a esta mujer —firmísima en el seguimiento de su hijo en el sufrimiento para aprender la obediencia— miramos a la Iglesia y miramos a nuestra madre». Pero «también miramos nuestra pequeña alma, que jamás se perderá si continúa siendo también una mujer cercana a estas dos grandes mujeres que nos acompañan en la vida: María y la Iglesia».

El Papa Francisco concluyó recordando que, «así como huyeron nuestros padres del paraíso con una promesa, hoy nosotros podemos seguir adelante con una esperanza: la esperanza que nos da nuestra madre María, firme a los pies de la cruz, y nuestra santa madre Iglesia jerárquica».

 


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