El árbol de la cruz
Sábado 14 de septiembre de 2013
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 38, viernes 20 de septiembre de 2013
Historia del hombre e historia de Dios se entrecruzan en la cruz. Una historia esencialmente de amor. Un misterio inmenso, que por nosotros solos no podemos comprender. ¿Cómo «probar esa miel de áloe, esa dulzura amarga del sacrificio de Jesús»? El Papa Francisco indicó el modo el sábado, 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, durante la misa matutina.
Comentando las lecturas del día, tomadas de la carta a los Filipenses (2, 6-11) y del Evangelio de Juan (3, 13-17), el Pontífice dijo que es posible comprender «un poquito» el misterio de la cruz «de rodillas, en la oración», pero también con «las lágrimas». Es más, son precisamente las lágrimas las que «nos acercan a este misterio». En efecto, «sin llorar», sobre todo sin «llorar en el corazón, jamás entenderemos este misterio». Es el «llanto del arrepentido, el llanto del hermano y de la hermana que mira tantas miserias humanas y las mira también en Jesús, de rodillas y llorando». Y, sobre todo, evidenció el Papa, «¡jamás solos!». Para entrar en este misterio que «no es un laberinto, pero se le parece un poco», tenemos siempre «necesidad de la Madre, de la mano de la mamá». Que María —añadió— «nos haga sentir cuán grande y cuán humilde es este misterio, cuán dulce como la miel y cuán amargo como el áloe».
Los padres de la Iglesia, como recordó el Papa, «comparaban siempre el árbol del Paraíso con el del pecado. El árbol que da el fruto de la ciencia, del bien, del mal, del conocimiento, con el árbol de la cruz». El primer árbol «había hecho mucho mal», mientras que el árbol de la cruz «nos lleva a la salvación, a la salud, perdona aquel mal». Este es «el itinerario de la historia del hombre». Un camino que permite «encontrar a Jesucristo Redentor, que da su vida por amor». Un amor que se manifiesta en la economía de la salvación, como recordó el Santo Padre, según las palabras del evangelista Juan. Dios —dijo el Papa— «no envió al Hijo al mundo para condenar el mundo, sino para que el mundo sea salvado por medio de Él». ¿Y cómo nos salvó? «Con este árbol de la cruz». A partir del otro árbol comenzaron «la autosuficiencia, el orgullo y la soberbia de querer conocer todo según nuestra mentalidad, según nuestros criterios, también según la presunción de ser y llegar a ser los únicos jueces del mundo». Esta —prosiguió— «es la historia del hombre». En el árbol de la cruz, en cambio, está la historia de Dios, quien «quiso asumir nuestra historia y caminar con nosotros».
Es justamente en la primera lectura que el apóstol Pablo «resume en pocas palabras toda la historia de Dios: Jesucristo, aún siendo de la condición de Dios, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios». Sino que —explicó— «se despojó de sí mismo, asumiendo una condición de siervo, hecho semejante a los hombres». En efecto Cristo «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz». Es tal «el itinerario de la historia de Dios». ¿Y por qué lo hace?, se preguntó el Obispo de Roma. La respuesta se encuentra en las palabras de Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna». Dios —concluyó el Papa— «realiza este itinerario por amor; no hay otra explicación».
Copyright © Dicastero per la Comunicazione – Libreria Editrice Vaticana