De las malévolas murmuraciones al amor por el prójimo
Viernes 13 de septiembre de 2013
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 38, viernes 20 de septiembre de 2013
Las murmuraciones matan igual y más que las armas. Sobre este concepto el Papa Francisco volvió a hablar en la mañana del viernes, 13 de septiembre, en la misa que celebró en la capilla de Santa Marta, como cada día. Comentando las lecturas del día, de la carta a Timoteo (1, 1-2.12-14) y del Evangelio de Lucas (6, 39-42), el Pontífice puso en evidencia cómo el Señor —después de haber propuesto en los días anteriores actitudes como la mansedumbre, la humildad y la magnanimidad— «hoy nos habla de lo contrario», esto es, «de una actitud odiosa hacia el prójimo»: la que se tiene cuando se pasa a ser «juez del hermano».
El Papa Francisco recordó el episodio evangélico en el que Jesús reprocha a quien pretende quitar la mota en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio. Este comportamiento, sentirse perfectos y por lo tanto capaces de juzgar los defectos de los demás, es contrario a la mansedumbre, a la humildad de la que habla el Señor, «a esa luz que es tan bella y que está en perdonar». Jesús —evidenció el Santo Padre— usa «una palabra fuerte: hipócrita». Y subrayó: «Los que viven juzgando al prójimo, hablando mal del prójimo, son hipócritas. Porque no tienen la fuerza, la valentía de mirar los propios defectos. El Señor no dice sobre esto muchas palabras. Después, más adelante dirá: el que en su corazón tiene odio contra el hermano es un homicida. Lo dirá. También el apóstol Juan lo dice muy claramente en su primera carta: quien odia al hermano camina en las tinieblas. Quien juzga a su hermano es un homicida». Por lo tanto «cada vez que juzgamos a nuestros hermanos en nuestro corazón, o peor, cuando lo hablamos con los demás, somos cristianos homicidas». Y esto «no lo digo yo, sino que lo dice el Señor», precisó el Papa, añadiendo que «sobre este punto no hay lugar a matices: si hablas mal del hermano, matas al hermano. Y cada vez que hacemos esto imitamos el gesto de Caín, el primer homicida».
Recordando cuánto se habla en estos días de las guerras que en el mundo provocan víctimas, sobre todo entre los niños, y obligan a muchos a huir en busca de un refugio, el Papa Francisco se preguntó cómo es posible pensar en tener «el derecho a matar» hablando mal de los demás, de desencadenar «esta guerra cotidiana de las murmuraciones». En efecto —dijo—, «las maledicencias van siempre en la dirección de la criminalidad. No existen maledicencias inocentes. Y esto es Evangelio puro». Por lo tanto, «en este tiempo que pedimos tanto la paz, es necesario tal vez un gesto de conversión». Y a los «no» contra todo tipo de arma, decimos «no también a esta arma» que es la maledicencia, porque «es mortal». Citando al apóstol Santiago, el Pontífice recordó que la lengua «es para alabar a Dios». Pero «cuando usamos la lengua —prosiguió— para hablar mal del hermano y de la hermana, la usamos para matar a Dios» porque la imagen de Dios está en nuestro hermano, en nuestra hermana; destruimos «esa imagen de Dios».
Y también hay quien intenta justificar todo esto —observó el Santo Padre— diciendo: «se lo merece». A estas personas el Papa dirigió una invitación precisa: «ve y reza por él. Ve y haz penitencia por ella. Y después, si es necesario, habla a esa persona que puede remediar el problema. Pero no se lo digas a todos». Pablo —añadió— «fue un pecador fuerte. Y dice de sí mismo: primero era un pecador, un blasfemo, un violento. Pero se usó misericordia conmigo». «Tal vez ninguno de nosotros blasfema —dijo—. Pero si alguno de nosotros murmura, ciertamente es un perseguidor y un violento».
El Pontífice concluyó invocando «para nosotros, para toda la Iglesia, la gracia de la conversión de la criminalidad de las maledicencias en la humildad, en la mansedumbre, en la apacibilidad, en la magnanimidad del amor por el prójimo».
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