¿Por qué gloriarse de los pecados?
Jueves 4 de septiembre de 2014
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 37, viernes 12 de septiembre de 2014
«¿De qué cosas se puede gloriar un cristiano? De dos cosas: de los propios pecados y de Cristo crucificado». Y sólo una cosa cuenta verdaderamente: el encuentro con Cristo que cambia la vida de los cristianos «tibios» y transforma el rostro de las parroquias y comunidades «decadentes». Es esta la indicación que sugirió el Papa Francisco durante la misa celebrada el jueves 4 de septiembre.
Fue la primera lectura, tomada de la primera carta de san Pablo a los corintios (3, 18-23), la que inspiró las palabras del Pontífice. El apóstol, explicó el Papa, «en estos pasajes que hemos leído en la liturgia de los días pasados, habla de la fuerza de la Palabra de Dios». Es más, añadió, «podemos decir» que «hace como una teología de la Palabra de Dios». Y concluye con esta reflexión: «Ninguno se engañe. Si alguno de entre vosotros se considera un sabio en este mundo, hágase necio para convertirse en sabio, porque la sabiduría de este mundo es necedad delante de Dios».
En la práctica, afirmó el Pontífice, «Pablo nos dice que la fuerza de la Palabra de Dios es la que cambia el corazón, la que cambia el mundo, que nos da esperanza, que nos da vida, no se encuentra en la sabiduría humana». Por lo tanto «no se trata de hablar bien y decir bien las cosas con inteligencia humana. No, esa es necedad». Al contrario, «la fuerza de la Palabra de Dios viene de otra parte». Ciertamente «pasa también por el corazón del predicador». Y es por eso que Pablo aconseja a quienes predican la Palabra de Dios: «haceos necios». Les advierte para que no pongan su seguridad «en la sabiduría del mundo». Por lo tanto, prosigue el apóstol, «nadie se gloríe en los hombres».
A este punto hay que preguntarse «dónde está la seguridad de Pablo, dónde encuentra la raíz de su seguridad». Por lo demás, destacó el Papa, «también él había estudiado con los profesores más importantes de la época». Y, sin embargo, no se vanagloriaba. Más bien, «se gloriaba sólo de dos cosas, y de lo que se gloriaba Pablo, es precisamente el lugar donde la Palabra de Dios puede llegar y ser fuerte». En efecto, dice de sí mismo: «yo sólo me glorío de mis pecados». Palabras que escandalizan, comentó el Pontífice. Por lo tanto, «la fuerza de la Palabra de Dios está en ese encuentro entre mis pecados y la sangre de Cristo que me salva. Y cuando no se da ese encuentro, no hay fuerza en el corazón». Si acabamos por olvidar esto —advirtió el Pontífice— «nos convertimos en mundanos, queremos hablar de las cosas de Dios con lenguaje humano, y no sirve», porque «no da vida».
Por lo tanto, es decisivo «el encuentro entre mis pecados y Cristo». Es lo que sucede cuando, en el pasaje del Evangelio de Lucas (5, 1-11), Jesús dice a Simón que reme mar adentro y eche las redes para pescar. Y Pedro, observó el Papa Francisco, le responde: «hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero por tu palabra, echaré las redes». Y así, prosiguió, sucedió «la pesca milagrosa».
Ante este hecho, «¿qué piensa Pedro?», se preguntó el obispo de Roma. Su reacción no es de satisfacción por el inesperado resultado de la pesca o por la futura ganancia. Él —explicó el Papa— «sólo ve a Cristo, ve su fuerza y se ve a sí mismo». Así, se echó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Para Pedro tuvo lugar «este encuentro con Jesucristo», el encuentro entre sus pecados y la fuerza del Señor que salva. En esta situación, evidenció el Pontífice, «el signo de la salvación fue el milagro de la pesca; el lugar privilegiado para el encuentro con Jesucristo son los propios pecados».
«Si un cristiano —continuó el Papa Francisco— no es capaz de sentirse pecador y salvado por la sangre de Cristo crucificado, es un cristiano a mitad de camino, es un cristiano tibio». Y, «cuando encontramos iglesias decadentes, cuando encontramos parroquias decadentes, instituciones decadentes, seguramente los cristianos que están allí jamás han encontrado a Jesucristo o se han olvidado de ese encuentro con Jesucristo».
«La fuerza de la vida cristiana y la fuerza de la Palabra de Dios —explicó de nuevo— está precisamente en ese momento donde yo, pecador, encuentro a Jesucristo. Y ese encuentro hace dar un giro a la vida, cambia la vida. Y te da la fuerza para anunciar la salvación a los demás».
Las palabras de Pablo y el Evangelio de Lucas plantean a los creyentes «muchas preguntas». Según el Pontífice sería necesario preguntarse a uno mismo: «¿Soy capaz de decir al Señor: soy pecador?». Una cuestión que no es teórica sino práctica, porque el examen de conciencia se refiere, sobre todo, a la capacidad de reconocer «el pecado concreto». El Papa sugirió entonces otras preguntas para hacerse a sí mismos: «¿Soy capaz de creer que precisamente Él, con su sangre, me ha salvado del pecado y me ha dado una vida nueva? ¿Confío en Cristo? ¿Me glorío de la cruz de Cristo? Me glorío también de mis pecados, en este sentido?».
El Papa Francisco aconsejó, al respecto, volver al momento del «encuentro con Jesucristo», para verificar que no nos hemos olvidado y preguntarse: «¿He encontrado a Jesucristo? ¿He sentido su fuerza?». Son interrogantes fundamentales, concluyó, porque «cuando un cristiano olvida este encuentro pierde su fuerza: es tibio, es incapaz de dar a los demás, con fuerza, la Palabra de Dios».
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