La alegría de la memoria cristiana
Jueves 3 de octubre de 2013
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 40, viernes 4 de octubre de 2013
Cuando el cristiano transforma la memoria de la historia de la salvación obrada por Jesús en simple recuerdo, pierde de vista el valor de uno de los principios fundamentales de la fe cristiana: la memoria que se hace alegría. Y entonces vive la Eucaristía, o sea, la memoria que hace la Iglesia, como si fuera un evento social que aburre. Así se expresó el Papa Francisco comentando la primera lectura de la misa que celebró el 3 de octubre.
En la lectura, tomada del libro de Nehemías (8, 1-4, 5-6, 7-12), se describe el episodio del hallazgo del libro de la Ley que se había extraviado y que Esdras lee ante el pueblo de Dios. El cual —notó el Pontífice— «por esto estaba conmovido y lloraba. Lloraba de alegría, lloraba de amor», porque aquel libro perdido se había reencontrado. Ello significa que «el pueblo de Dios tenía la memoria de la Ley», explicó el Papa. Pero «era una memoria lejana».
La lectura del libro hace que vuelva la memoria al pueblo. Y así, mientras Esdras leía y los levitas explicaban las palabras de la ley, «el pueblo decía: amén, amén». El suyo era un llanto «de alegría —precisó el Santo Padre—, no de dolor. De alegría, porque tenían la experiencia de la cercanía de la memoria, de la memoria de salvación. Y esto es importante no solamente en los grandes momentos históricos, sino también en los momentos de nuestra vida».
Todos tenemos la memoria de la salvación, aseguró el Papa. Pero —se preguntó — «¿esta memoria es cercana a nosotros? ¿O es una memoria un poco lejana, un poco difusa, un poco arcaica, un poco de museo?». Cuando la memoria no es cercana, cuando no hacemos ya experiencia de la memoria, poco a poco se transforma en «un simple recuerdo. Por ello Moisés decía al pueblo: cada año id al templo, cada año presentad los frutos de la tierra, pero cada año recordad de dónde habéis salido, cómo habéis sido salvados». Sentir cercana la memoria de nuestra salvación enciende en nosotros la alegría. «Y ésta es la alegría del pueblo —especificó el Obispo de Roma—. Es un principio de la vida cristiana. Los levitas calmaban a todo el pueblo que lloraba de emoción y repetían: no os entristezcáis, no os entristezcáis, porque la alegría, lo que vosotros sentís ahora, es la alegría del Señor y es vuestra fuerza».
Cuando la memoria se acerca —repitió el Pontífice— «hace dos cosas: caldea el corazón y nos da alegría». En cambio «la memoria domesticada, que se aleja y se convierte en un simple recuerdo, no caldea el corazón, no nos da alegría y no nos da fuerza». El encuentro con la memoria «es un evento de salvación, un encuentro con el amor de Dios que ha hecho la historia con nosotros y nos ha salvado. Es tan bello ser salvado que hay que hacer fiesta». Por lo demás, «cuando Dios viene, se acerca, siempre hay fiesta», añadió.
Con todo, muchas veces «los cristianos tenemos miedo de la fiesta» y a menudo la vida nos lleva a alejarnos de nuestra memoria; «nos lleva sólo a mantener el recuerdo de la salvación, no la memoria que es viva. La Iglesia —subrayó el Papa Francisco — hace su memoria, la que realizaremos ahora, la memoria de la pasión del Señor. El Señor mismo nos dijo: haced esto en memoria mía. Pero también a nosotros nos ocurre que alejamos esta memoria y la transformamos en un recuerdo, en un evento habitual. Cada semana vamos a la Iglesia, o si ha fallecido un conocido vamos al funeral. Y esta memoria muchas veces nos aburre, porque no es cercana. Es triste: la misa muchas veces se transforma en un evento social».
Ello significa que no somos cercanos a la memoria de la Iglesia, que es la presencia del Señor ante nosotros. «Imaginemos —prosiguió el Pontífice— esta bella escena del libro de Nehemías: Esdras que lleva el libro de la memoria de Israel y el pueblo que se acerca a su memoria y llora. El corazón está caldeado, está alegre, siente que la alegría del Señor es su fuerza y hace fiesta, sin miedo, sencillamente».
«Pidamos al Señor —concluyó el Santo Padre— la gracia de tener siempre su memoria cerca de nosotros. Una memoria cercana y no domesticada por la costumbre, por tantas cosas, y alejada como un sencillo recuerdo».
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