17 de febrero
Nuestra conversación continua sea siempre en el cielo o, al menos, en el costado de Jesús. Continúa, pues, gritando con el apóstol: «Yo llevo en mi espíritu y en mi cuerpo la cruz de nuestro Señor Jesucristo»; porque, en este momento, es el suspiro más coherente con lo que vive tu espíritu. O bien: «Estoy con Cristo espiritualmente clavado en la cruz», hasta que llegue el momento en el que tengas que exclamar: «En tus manos encomiendo mi espíritu».
Sé, por desgracia, que tú querrías apresurar el momento de repetir esta última frase; pero, hijita mía, ¿puedes decir ya el «Todo está cumplido»? A ti, quizá, te parezca que sí; a mí me parece que no. Tu misión no está cumplida todavía; y más que de ser absorbida en Dios debes tener sed de la salvación de los hermanos: «Tengo sed».
Es cierto que también allá arriba puede llevarse a cabo la obra de la mediación; pero, según el modo humano de entendernos, parece que los santos se preocupan más de las miserias de los demás cuando están en la tierra.
(26 de abril de 1919, a Margherita Tresca, Ep. III, 219