14 de mayo
Sospecha de todos aquellos deseos que, a juicio de las almas prudentes y piadosas, no pueden alcanzar sus objetivos. Entre ellos hay que colocar los deseos de aquella perfección cristiana, que puede ser perfectamente imaginada pero nunca practicada, y sobre la que muchos dan buenas lecciones pero nadie la lleva a la práctica. Y, del mismo modo, abandona también la duda que me manifestaste en relación con lo que dices que has leído en los libros. Reflexiona seriamente en la vanidad del espíritu humano, propenso a equivocarse y turbarse en sí mismo; porque te aseguro que de esta consideración deducirás fácilmente lo que tantas veces te he dicho: que los trabajos internos que has tolerado y de los que aún queda en ti algún residuo han sido provocados en ti por una multitud de consideraciones y deseos producidos por esa gran ansiedad de llegar cuanto antes a aquella perfección imaginada, que tú equivocadamente te habías formado. Tu imaginación había formado en tu espíritu una idea de perfección absoluta, a la que tu voluntad quería llegar. Pero, ¿qué sucedió? Tú bien lo sabes. La voluntad, asustada ante la gran dificultad e imposibilidad, quedó embarazada pero sin poder dar a luz; y por eso iba multiplicando los deseos inútiles, que, como moscones, devoraron la miel del panal; y los buenos y verdaderos deseos permanecieron hambrientos de consuelo. Fue estupendo para ti que el buen Dios tuviera compasión de tu alma y te liberara de ellos a tiempo y por medio del guía al que te confió.
(25 de noviembre de 1917, a Luigi Bozzuto, Ep. IV, 403)