Obediencia
La obediencia es una gran virtud, pero su valor no es conocido por muchos cristianos, así que no es practicada.
Si queremos averiguar en qué medida la humildad está arraigada en nuestro corazón -siendo una virtud escondida que por sí misma se conoce muy poco- tenemos que mirar como practicamos la obediencia y la sumisión a nuestros mayores y superiores tanto en lo temporal como en lo espiritual. Si nos gusta obedecer y estar sometidos, como corresponde, tenemos uno de los argumentos para pensar que poseemos la santa humildad: si no es así, debemos reconocer que no la tenemos.
El desobediente, por más que haga actos de humildad, por más que declare su humildad… es siempre un soberbio.
La obediencia tiene que estar antes que la mortificación.
Muchas veces cuando los buenos cristianos quieren hacer el bien de su propia voluntad sin depender de la obediencia a su director espiritual, no logran hacer nada; en cambio, cuando humildemente se someten a la obediencia, logran todo con mucha facilidad.
Cuando habla Dios no se debe discutir, no se debe pretender de comprender las razones de sus órdenes: humildemente se debe obedecer.
La primera de todas las devociones debe ser la de someter nuestra voluntad a la del director espiritual. Vale más una acción hecha por obediencia que mil hechas por voluntad propia.