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Apostolado
Un corazón que ama ardientemente al Señor no puede conformarse simplemente con el afecto.
El amor verdadero jamás puede ser ocioso.
Un amor que no se ponga a prueba de hecho sería un amor falso y mentiroso. Y así sería nuestro amor por las almas si no asumimos la responsabilidad de manifestarlo con obras, haciendo el bien.
Sácate de encima la pereza, elimina la desidia. Es una gran vergüenza que mientras los enemigos de Dios son tan activos para combatir la santa Religión, nosotros somos tan fríos para defenderla: nosotros, sus amigos.
Muchas cosas no se pueden hacer porque no se quiere.
Dios encuentra su mayor gusto no en la mayor grandeza y santidad de las obras consideradas en sí mismas, sino en la uniformidad que tengan con su santísima Voluntad. Seguramente no es Voluntad suya que sus creaturas hagan siempre obras muy grandes y santas, como cuando Dios pide el sacrificio de nuestra vida en ocasión del martirio: a veces quizás sean mediocres, como cuando nos manda que venzamos los deseos de nuestras pasiones malas: o incluso quizás sean muy pequeñas, como cuando según las circunstancias, quiere de nosotros alguna buena inspiración o alguna devota jaculatoria.
Si quieres que tengan buen resultado las obras de tu libre elección, preocúpate por ser responsable en las obras que son de tu deber. Si eres negligente en estas no verás prosperar aquellas otras, porque te faltará la bendición de Dios que es necesaria para el buen éxito de todas las cosas.
En el ejercicio de todas las virtudes, en las buenas obras que tienes oportunidad de hacer, no mires jamás si estás obligado o no: mira en cambio si la cosa le gusta a Dios; y encontrando que le agrada, aunque es cierto que no estás obligado a hacerla, hazla inmediatamente y con alegría, considerándote afortunado de poder dar así un poco de consuelo a nuestro Señor.
Quien coopera en liberar las almas del pecado realiza la obra más bella, y más santa, que se puede hacer.
No se debe jamás despreciar el bien aunque sea poco y de poca duración; las obras buenas son perlas del Paraíso y en este aspecto hasta los detalles son preciosos.
En el mundo se hace mucho mal, pero también se hace mucho bien… Es misericordia de Dios que, multiplicándose tanto las instituciones malas, también se multiplican las buenas.
Cuando en hacer el bien uno siente menos gusto tiene mayor mérito.
El bien siempre tiene sus dificultades, que se vencen con la ayuda de Dios. Y Dios permite que las tengamos porque, venciéndolas, tenemos más méritos. Para que te salga bien algo que emprendiste procura que no le falte este triple fundamento: buena intención, oración y consejo. La buena intención es necesaria para que Dios apruebe tu obra; la oración para que no te falten las gracias que necesitas para este fin y que Dios no acostumbra conceder sino en la oración; el consejo, finalmente, porque la humildad quiere que dudemos de nuestros discernimientos y la prudencia quiere que los pongamos al examen de personas capacitadas para analizar la justa relación entre oportunidad, medios y fin.
Si en lo que estas emprendiendo tienes buena intención, usas la oración y el consejo, ten seguridad que Dios jamás permitirá que te salgan mal.
No importa que el bien se haga por medio de ti en persona o indirectamente por medio de otro. Procurarás obrar más por medio de otros que en forma directa, para quitar dentro de lo posible todo motivo de envidia e irritación. Quién trabaja solo no puede hacer gran bien. Cada vez que puedes hacer el bien procura que otro te ayude y actúe junto contigo. De esta manera se trabajará mejor, se evitarán pasos imprudentes, y tendrás no sólo el mérito del bien que harás tú, sino también de todo aquello que por tu intermedio, podrán hacerotros.
Puedes obrar muy sabiamente si te dedicas a hacer aquel bien que otros no hacen. Interésate menos, entonces, por hacer aquello que de cualquier forma será hecho, aunque no lo hagas tú: en cambio dedica el mayor empeño para hacer aquello que nadie hará si tú no lo haces.
Son pocas las personas que quieren hacer el bien haciendo algún aporte en dinero. La excusa ‘yo no puedo gastar’ es de mucho daño, porque no se puede hacer un gran bien cuando no se quieren hacer sacrificios en dinero.
Tenemos que convencernos de la superficialidad de esta miserable objeción de la ‘dificultad de los tiempos’: esta excusa nació para acariciar la desidia de los perezosos de todos los tiempos y para impedir o para atrasar, en todos los tiempos, todo bien.
Si los tiempos son difíciles, es necesario multiplicar los medios y los remedios para alcanzar el bien.
La virtud de la prudencia no consiste en la omisión sino en la elección de medios eficaces para conseguir el fin. No hay que dejarse atemorizar o frenar por comentarios, censuras… que nunca dejan de molestar a cualquiera que empiece alguna obra buena, por el solo hecho que tiene el aire de novedad.
Es verdadera prudencia hacer el bien y dejar hacer a otros. Cuando se nos ocurre o nos plantean la posibilidad de hacer alguna obra, por más ardua o extraordinaria que pueda ser: que el miedo no sea el único motivo para dejar de hacerla.
Es cosa buena declararle a Dios que tenemos un corazón y una disponibilidad capaz de hacer, para su servicio, todo lo que El propone y espera de nosotros, aunque sea grande y difícil, como han hecho los santos. Pidámosle que nos haga conocer su Voluntad; sepamos pedir consejo a hombres de Dios que nos puedan enseñar la prudencia del Evangelio, y luego si con la oración y los consejos discernimos que Dios quiere de nosotros determinada obra, aunque parezca difícil, ardua, extraordinaria, dispongámonos a ella.
Nuestro Dios es muy grande: ¿Tenemos nosotros el coraje solamente para hacer pequeñas cosas? ¡Cuánta menos cobarde humildad existiría, hermanos míos, si hubiese más caridad!
Como San Juan Bautista, el cristiano no debe ser solamente una linterna que brilla, sino una luz que resplandece; para que con sus buenos ejemplos, con sus buenos consejos, alumbre a los ciegos pecadores que duermen en las tinieblas de sus pecados.