Amor de Dios y del Prójimo

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Amor de Dios y del Prójimo

El amor de Dios es la virtud reina de todas las otras virtudes: es la que constituye toda la perfección cristiana. Toda la santidad consiste en el amor de Dios, por eso cuando es más grande el amor de Dios entonces es mayor la santidad, así como donde hay más fuego, ahí necesariamente hay más llama.  El mínimo grado de amor de Dios es más precioso que todas las riquezas, que todo el oro, que todas las perlas y diamantes del mundo; es más todas estas cosas confrontadas con el amor de Dios, son como barro y basura.

Si quieres aprender la ciencia del divino amor, haz con simpleza ejercicios del mismo amor, haciendo actos de amor de Dios de la mejor manera que sepas. En la ciencia del amor divino, de hecho, más que toda teoría y toda enseñanza vale el ejercicio. Con la ayuda de la gracia divina es para todos tan fácil hacer actos de amor de Dios como hacer las otras obras buenas a las cuales está obligado el cristiano.  Hay que tener en cuenta que Dios, de parte de sus más intimos amigos, quiere ser servido con un amor puro y desinteresado, y de ellos quiere una virtud muy probada. Ocurre entonces que para ellos la vida de amor no es siempre vida de consolaciones y dulzuras; muchas veces es vida de aridez y sufrimientos interiores, y a veces ocurre que deben sufrir también largos y duros conflictos de parte de sus pasiones y de parte del demonio.

Un corazón mortificado, que ama el retiro, que practica la oración, que es desapegado del mundo, necesariamente es un corazón encendido de amor de Dios, porque quitados todos los obstáculos y puestas las correspondientes disposiciones, por sí mismo el amor de Dios toma posesión del corazón humano. Hace falta persuadirnos bien de que nosotros somos de Dios y que nuestro mayor bien es llegar a ser totalmente suyos y que se cumpla perfectamente en nosotros su santa voluntad.

Para poder amar a Dios con todo tu corazón es necesario que te conformes a su santa voluntad, tanto por lo que se refiere a sus preceptos como a sus disposiciones. En efecto el amor de Dios no es otra cosa que la uniformidad de nuestra voluntad con la voluntad de Dios de tal manera que nosotros, si queremos lo que El quiere, tenemos el amor de Dios. El buen cristiano, cuando por la mañana se despierta del sueño (en el cual debe tratar de ser sobrio) procure dar inicio a la jornada dirigiéndose al Señor, la cosa más linda y merecedora que pueda hacer será un acto de amor de Dios diciéndole ” Dios mío, te amo con todo el corazón”.

El amor divino perfecto, por lo general, no se adquiere en un momento sino poco a poco, grado a grado. Es un camino que lleva muchos años de esfuerzos. Para esto no ayuda la impaciencia o el apuro desconsiderado que quita la paz, confunde el espíritu y hace retroceder más que adelantar. Algunos tienen alas de paloma y vuelan rápidamente hacia el perfecto amor, pero estos son pocos. En cambio son muchos los que tienen alas de gallina y sólo pueden dar pequeños saltos y adelantar paso a paso. Sin embargo poco a poco pueden llegar donde llegan los primeros, pero deben tener paciencia y llegarán, con mucho esfuerzo y largo tiempo. Dios nos ha hecho libres y no trabaja en nuestro corazón si nosotros no queremos. Él está dispuesto a hacernos todos suyos, es decir santos; pero quiere que nosotros estemos dispuestos a todo, y que nos entreguemos a Él con un ofrecimiento total e irrevocable.

Hermanos míos, esto es todo: el fervor de la caridad. ¿Cómo pueden dar buenos frutos las almas frías que no desean amar a Dios?  Cuanto más el hombre ama al Señor, más es amado y bendecido por Dios.El amor de Dios es generoso. Un alma imbuida del amor de Dios, no tiene miedo de iniciar cualquier actividad importante, aunque cueste esfuerzos, privaciones, sacrificios, con tal de dar gloria a Dios, no confiando absolutamente nada en sí mismo.  El amor de Dios es un amor temeroso. Pero, ¿de qué puede temer quien tiene el amor de Dios? Su único temor es el de disgustar a su Dios aún mínimamente. Quien posee el amor de Dios vence todos los malos apetitos aún en medio de las tentaciones más violentas y las desolaciones más oscuras. El amor de Dios es puro, es decir actúa en el alma de tal forma que esta llega a amar solamente a Dios, y lo ama porque merece ser amado.

Los corazones de aquellos que aman la perfecta caridad son como lámparas, y más, son como antorchas que lanzan llamas y encienden los otros corazones que se acercan a ellos. El amor de Dios no puede estar solo: necesariamente debe juntarse con el amor del prójimo. Estos dos amores son como dos arroyos que nacen de la misma fuente y no pueden estar separados uno del otro. Si quieres ser bendecido por Dios en la vida, si quieres ser consolado en la muerte, si quieres de veras tener una eternidad feliz, pues bien, ten siempre en el pecho un corazón tierno, eficazmente compasivo hacia los pobres, siempre lleno de caridad y misericordia hacia todos. Ya te lo dije, te lo repito con nueva sinceridad: tendrás bendiciones en vida, consuelo en la hora final y el Paraíso será tuyo.

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