AMEMOS A MARÍA. VII. Quien ama a María, desea promover su devoción

VII. Quien ama a María, desea promover su devoción

Hay una diferencia entre el amor santo y el amor profano. El amor profano es interesado, egoísta, por consiguiente ferozmente celoso. Quiere ser el único en amar y considera que quien pretenda amar lo que él ama, lo ofende y atropella. Eso sucede porque el amor profano no es otra cosa que desarrollo de amor propio y de la propia satisfacción. Es amor falso, dice Santa Teresa, totalmente indigno de nombre tan hermoso. El amor santo, por oposición, es amor desinteresado, caritativo, que ama a la persona no para satisfacción propia, sino por el aprecio que de ella tiene; no para recibir gusto uno, sino para darle gusto.

En consecuencia, el amor santo, lejos de pretender ser el sólo en amar, goza en ver que otros también amen lo que él ama, y considera que se brinda honor y atención a él por parte de otros que amen el objeto de su aprecio. Es por eso que, siendo santo el amor de María, los que la aman no quieren ser ellos solos en amarla, sino que desearían que toda creatura estuviese encendida de amor a María.

Incansablemente se preocupan de difundir todo lo que pueden la devoción a María entre sus parientes y conocidos. Procuran que todo el mundo conozca la hermosura y la bondad de María. Entre todos hablan de las a alabanzas y eficacia de su protección. Desearían ver a todo el mundo postrado a los pies de María, admirando sus grandezas, y, confiando en su misericordia, tributarle honores. Pero sobre todo se preocupan de reunir alrededor de la Virgen a jóvenes y niños, en cuyas almas más fácilmente de siembra, más hondas echan sus raíces, con más fuerza crece y con más abundancia da sus frutos la devoción a María.

Y María se goza en ello, y tanto se goza que nada más agradable a Ella puede hacerse en el mundo. La inocencia es el primer amor de María. Todas las cosas bellas y santas son el amor del corazón de María; pero la inocencia, ciertamente es su primer amor. Muchísimo se complace María en la inocencia. Con gran gusto siembra en el terreno de la inocencia la semilla de sus gracias. Allí es donde las ve producir el ciento por uno.

Sí amamos a María, difundamos su devoción. Difundámosla entre los parientes, difundámosla entre los amigos, en nuestras tierras, en todas partes si nos es posible. Expusimos imágenes de María a la devoción pública y privada. Difundamos libros que traten de sus glorias, enseñemos a cantar sus alabanzas, tratemos que sus festividades se celebren con decoro, que se extiendan las devociones en su honor. Promovamos en fin todo lo que nos sea posible, la devoción a María.

Pero sobre todo difundamos la devoción a María en la tierna edad de la adolescencia; en la seguridad que si la devoción a María crecerá en los jóvenes junto con los años, progresarán de virtud en virtud, en una creciente bondad, abundando en las divinas bendiciones que María derrama generosamente en sus predilectos.

Si así lo hacemos, tendremos nuevo consolador argumento para decir que nosotros AMAMOS A MARÍA.

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