VI. Quien ama a María ama las virtudes cristianas
A la preocupación de una persona amante de no disgustar a la persona amada, corresponde por otra parte la preocupación de darle gusto. Luego, si amamos a María, debemos comprometernos de dar gusto a María. Para eso, nos preguntamos qué puede dar gusto a María. No es mucho trabajo esa búsqueda. Así como nada en el mundo realmente disgusta a María Santísima fuera de los vicios que contaminan nuestras almas, de la misma manera nada realmente le gusta más que las virtudes que adornan y santifican nuestras almas.
Por tanto, si amamos a María, y, amándola como corresponde, deseamos gustarle, es necesario que amemos las virtudes cristianas, practicándolas lo mejor posible en nuestra vida cotidiana.
El ejercicio de las virtudes nos hará realmente agradables a María, en forma tal que se complacerá en nosotros. Será además particular su complacencia si nos verá distinguirnos en la virtud que es la estrella más brillante de las doce que coronan en el Cielo su cabeza, o sea la castidad.
Si por amor de Jesús y de Ella guardaremos castidad sin mancha y perfecta, en cuanto posible a manera de los Ángeles, la Virgen de las Vírgenes nos tendrá en cuenta no de creaturas terrenales como somos, sino que casi nos considerará como creaturas celestiales, dignas de enumerarse entre los Ángeles que acuden a las gradas de su Trono, en porfía entre ellos para besar sus plantas. Y cuando un día llegaremos allá, no seremos indignos de tan enorme felicidad.
Si pues deseamos gustar a María, ejercitemos las cristianas virtudes distinguiéndonos en la santa pureza. Se dirá así que AMAMOS A MARÍA.