- ¿Quién es María?
María es una hija de Adán y Eva, pero tan distinta de todas las demás, que se puede decir que Ella es hija de Adán y Eva inocentes, no pecadores; en cuanto que la mancha del pecado que sin ninguna excepción contaminó a todas las demás, no alcanzó en lo más mínimo a afectar a María. Ella es hija de Adán y Eva como si Adán y Eva hubiesen conservado la primitiva integridad.
Cuando María fue concebida, sucedió un milagro grande y hermoso, como si una zarza produjera un lirio. Podríamos decir que de la inocencia brotó de la culpa. Este milagro tan grande y hermoso fue obra singular y única de la Divina Bondad. Entre todas las creaturas humanas no hubo ni habrá otra que tenga privilegio semejante.
A una concepción, a un inicio de vida tan espléndido e inmaculado siguió luego en María una vivencia tan pura, una inocencia tan íntegra y constante, que hasta los ojos de Dios no encontraron en Ella jamás ni la mancha más pequeña, ni siquiera la menor imperfección de obra o de pensamiento. Desde el inicio hasta el término de su vida, para Ella serían esas palabras del Señor: “Tú eres mi paloma, mi perfecta, tú eres la Inmaculada”.
Si una inocencia, pureza y candor tan incomparables merecen amor, AMEMOS A MARÍA.
María no es solamente la privilegiada entre las hijas de Adán. Es también la privilegiada entre las hijas de Dios, como que en Ella derramo tantas gracias, que todas las gracias distribuidas entre todas las demás creaturas de la tierra nunca las superarán; abundancia de gracias como era conveniente para María, que iba a ser Reina de los Ángeles, la Reina de los Santos, la gran Madre de Dios.
Todo el bien que la infinita Divina Bondad ha derramado en todas las obras de la Creación, no alcanza a igualar el bien que depositó en María. Así que su inocencia, pureza y candor incomparables están unidos a tal riqueza de bienes y virtudes, que no-solo es la más hermosa y la más buena entre las obras de la mano de Dios, sino que supera tanto a las demás en belleza y bondad, que no hay parangón posible entre aquellas y María. Es tan grande su belleza y bondad, que ninguna inteligencia de hombres o de ángeles alcanza a comprenderlas, y que solamente comprende en su plenitud su Autor y Dador, el Dios Altísimo.
Escuchemos la voz de la Santa Iglesia, que habla así en la persona del Sumo Pontífice, Padre y Maestro de todos los fieles, el Santo Padre Pío IX: “Dios inefable, cuyos caminos son misericordia y verdad, cuya voluntad es todopoderosa,… desde el inicio y antes de los siglos, eligió y preparó para su Hijo unigénito una Madre, de quién encarnándose naciera en la feliz plenitud de los tiempos, y tanto la amó, que en Ella sobre todo ser creado tuvo complacencia.
Por este motivo, tan admirablemente la enriqueció por encima de todos los Espíritus angelicales y de todos los Santos, de tal abundancia de gracias celestiales sacadas del tesoro de la divinidad; que Ella, exenta siempre de toda mancha de culpa y toda hermosa y perfecta, tuvo tal plenitud de inocencia y santidad, de la cual no puede pensarse una plenitud mayor fuera de Dios, y nadie fuera de Dios puede abarcarla con el pensamiento”. (Bula de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción)
Si pues una belleza y bondad que superan toda belleza y bondad creada merecen amor, AMEMOS A MARÍA.