25 de febrero
Nuestra vivificación
El bienaventurado Job, que es figura de la Iglesia, unas veces se expresa como el cuerpo, y otras veces como la cabeza, de manera que, mientras está hablando en nombre de los miembros, de repente se eleva hasta tomar las palabras de la cabeza. Por esto dice: Todo esto lo he sufrido aunque en mis manos no hay violencia y es sincera mi oración.
Sin que hubiera violencia en sus manos, tuvo que sufrir también aquel que no cometió pecado, ni encontraron engaño en su boca, a pesar de lo cual arrostró el dolor de la cruz por nuestra redención. Fue el único, entre todos los hombres, que pudo presentar a Dios súplicas inocentes, porque hasta en medio de los dolores de la pasión rogó por sus perseguidores, diciendo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.¿Qué es lo que puede decirse o pensarse de más puro en una oración que alcanzar la misericordia para aquellos mismos de los que se está recibiendo el dolor? Así, la misma sangre de nuestro Redentor, que los perseguidores habían derramado con odio, luego la bebieron los creyentes como medicina de salvación, y empezaron a proclamar que él era el Hijo de Dios.
De esta sangre, pues, se dice con razón: ¡Tierra, no cubras mi sangre, no encierres mi demanda de justicia! Al hombre que pecó se le había dicho: Eres polvo, y al polvo volverás. Por ello, nuestra tierra no oculta la sangre de nuestro Redentor, ya que cada pecador que bebe el precio de su redención la confiesa y la alaba, y la da a conocer a su alrededor a cuantos puede.
(San Gregorio Magno, Sobre el libro de Job)