Padre Pio 22-Feb

22 de febrero

San Pablo nos advierte que «los que son verdaderos cristianos han crucificado su carne con los vicios y las concupiscencias». De la enseñanza de este santo Apóstol se deduce que quien quiere ser verdadero cristiano, es decir, quien vive con el espíritu de Jesucristo, debe mortificar su carne, no por otra finalidad, sino por devoción a Jesús, quien por amor a nosotros quiso mortificar todos sus miembros en la cruz. Esa mortificación debe ser estable, firme, constante y que dure toda la vida. Más aún, el perfecto cristiano no debe contentarse con una mortificación rígida sólo en apariencia, sino que debe ser dolorosa.

Así debe llevarse a cabo la mortificación de la carne, ya que el Apóstol, no sin motivo, la llama crucifixión. Pero alguien podría contradecirnos: ¿por qué tanto rigor contra la carne? Insensato, si reflexionaras atentamente en lo que dices, te darías cuenta de que todos los males que padece tu alma provienen de no haber sabido y de no haber querido mortificar, como se debía, tu carne. Si quieres curarte en lo hondo, en la raíz, es necesario dominar, crucificar la carne, porque es ella la raíz de todos los males.

El Apóstol añade además que a la crucifixión de la carne va unida la crucifixión de los vicios y de las concupiscencias. Ahora bien, los vicios son todos los hábitos pecaminosos; las concupiscencias son las pasiones; es necesario mortificar y crucificar constantemente unos y otras para que no arrastren a la carne al pecado; quien se quede sólo en la mortificación de la carne es semejante a aquel necio que edifica sin cimientos.


(23 de octubre de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 197)

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