22 de enero
Padre mío, no puedo sobreponerme a este dolor; en el esfuerzo que me supone, me siento aniquilado, me siento desfallecer; y no sabría decirle si vivo o no en esos momentos. Estoy fuera de mí. Dolor y dulzura se contraponen en mí y reducen mi alma a un dulce y amargo desvanecimiento.
Los abrazos del bienamado, que en este momento se suceden con gran profusión y, diría, que sin pausa y sin medida, no son capaces de extinguir en ella el agudo martirio de sentirse incapaz de llevar el peso de un amor infinito.
(12 de enero de 1919, al P. Benedetto da San Marco in Lamis, Ep. I, 1111)