15 de enero
Nunca te entregues con tu espíritu a tus trabajos o a otras acciones tan intensamente que llegues a perder la presencia de Dios. Para eso, te ruego que renueves con frecuencia la recta intención que has tenido desde el principio; que recites de vez en cuando las oraciones jaculatorias, que son como muchos dardos que van a herir el corazón de Dios y a obligarle, acéptame esta expresión que no es en absoluto exagerada en nuestro caso, a obligarle, digo, a concedernos sus gracias y su ayuda en todo.
No te sientes a la mesa sin haber orado antes y haber pedido la ayuda divina, para que el alimento que con desgana vamos a tomar para alivio de nuestro cuerpo no haga daño a tu espíritu. Después, siéntate a la mesa procurándote algún pensamiento devoto, dándote cuenta de que está presente el Maestro divino con sus apóstoles santos en la última cena que tuvo con los suyos, al instituir el sacramento del altar.
En resumen: esforcémonos para que la cena corporal nos sirva de preparación para la absolutamente divina de la santísima Eucaristía.
(17 de diciembre de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 273)