“CAMINANDO CON JESÚS”
PENSAMIENTOS PARA EL EVANGELIO DE HOY
- «Si estás dormido y tu corazón no está en vela, Él se marcha sin haber llamado; pero si tu corazón está en vela, llama y pide que se le abra la puerta» (San Ambrosio)
- «Todo pasa —nos recuerda el Señor—, pero la Palabra de Dios no muta, y ante ella cada uno de nosotros es responsable del propio comportamiento. De acuerdo con esto seremos juzgados» (Benedicto XVI)
- «Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente aun cuando a nosotros no nos ‘toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad’ (Hch 1,7). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24,44; 1Tes 5,2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén ‘retenidos’ en las manos de Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 673)
B. PLANTEARNOS LAS GRANDES CUESTIONES
Al hombre contemporáneo no le atemorizan ya los discursos apocalípticos sobre «el fin del mundo». Tampoco se detiene a escuchar el mensaje esperanzador de Jesús, que, empleando ese mismo lenguaje, anuncia sin embargo el alumbramiento de un mundo nuevo. Lo que le preocupa es la «crisis ecológica». No se trata solo de una crisis del entorno natural del hombre. Es una crisis del hombre mismo. Una crisis global de la vida en este planeta. Crisis mortal no solo para el ser humano, sino para los demás seres animados que la vienen padeciendo desde hace tiempo.
Poco a poco comenzamos a darnos cuenta de que nos hemos metido en un callejón sin salida, poniendo en crisis todo el sistema de la vida en el mundo. Hoy, «progreso» no es una palabra de esperanza como lo fue el siglo pasado, pues se teme cada vez más que el progreso termine sirviendo no ya a la vida, sino a la muerte. La humanidad comienza a tener el presentimiento de que no puede ser acertado un camino que conduce a una crisis global, desde la extinción de los bosques hasta la propagación de las neurosis, desde la polución de las aguas hasta el «vacío existencial» de tantos habitantes de las ciudades masificadas.
Para detener el «desastre» es urgente cambiar de rumbo. No basta sustituir las tecnologías «sucias» por otras más «limpias» o la industrialización «salvaje» por otra más «civilizada». Son necesarios cambios profundos en los intereses que hoy dirigen el desarrollo y el progreso de las tecnologías. Aquí comienza el drama del hombre moderno. Las sociedades no se muestran capaces de introducir cambios decisivos en su sistema de valores y de sentido. Los intereses económicos inmediatos son más fuertes que cualquier otro planteamiento. Es mejor desdramatizar la crisis, descalificar a «los cuatro ecologistas exaltados» y favorecer la indiferencia.
¿No ha llegado el momento de plantearnos las grandes cuestiones que nos permitan recuperar el «sentido global» de la existencia humana sobre la Tierra, y de aprender a vivir una relación más pacífica entre los hombres y con la creación entera?
¿Qué es el mundo? ¿Un «bien sin dueño» que los hombres podemos explotar de manera despiadada y sin miramiento alguno o la casa que el Creador nos regala para hacerla cada día más habitable? ¿Qué es el cosmos? ¿Un material bruto que podemos manipular a nuestro antojo o la creación de un Dios que mediante su Espíritu lo vivifica todo y conduce «los cielos y la tierra» hacia su consumación definitiva?
¿Qué es el hombre? ¿Un ser perdido en el cosmos, luchando desesperadamente contra la naturaleza, pero destinado a extinguirse sin remedio, o un ser llamado por Dios a vivir en paz con la creación, colaborando en la orientación inteligente de la vida hacia su plenitud en el Creador?
José Antonio Pagola
C. LAS PALABRAS DE JESÚS NO PASARÁN
Los signos de desesperanza no son siempre del todo visibles, pues la falta de esperanza puede disfrazarse de optimismo superficial, activismo ciego o secreto pasotismo.
Por otra parte, son bastantes los que no reconocen sentir miedo, aburrimiento, soledad o desesperanza porque, según el modelo social vigente, se supone que un hombre que triunfa en la vida no puede sentirse solo, aburrido o temeroso. Erich Fromm, con su habitual perspicacia, ha señalado que el hombre contemporáneo está tratando de librarse de algunas represiones como la sexual, pero se ve obligado a «reprimir tanto el miedo y la duda como la depresión, el aburrimiento y la falta de esperanza».
Otras veces nos defendemos de nuestro «vacío de esperanza» sumergiéndonos en la actividad. No soportamos estar sin hacer nada. Necesitamos estar ocupados en algo para no enfrentamos a nuestro futuro.
Pero la pregunta es inevitable: ¿qué nos espera después de tantos esfuerzos, luchas, ilusiones y sinsabores? ¿No tenemos otro objetivo sino producir cada vez más, disfrutar cada vez mejor lo producido y consumir más y más, hasta ser consumidos por nuestra propia caducidad?
El ser humano necesita una esperanza para vivir. Una esperanza que no sea «una envoltura para la resignación», como la de aquellos que se las arreglan para organizarse una vida lo bastante tolerable como para aguantar la aventura de cada día. Una esperanza que no debe confundirse tampoco con una espera pasiva, que solo es, con frecuencia, «una forma disfrazada de desesperanza e impotencia» (Erich Fromm).
El hombre necesita en su corazón una esperanza que se mantenga viva, aunque otras pequeñas esperanzas se vean malogradas e incluso completamente destruidas.
Los cristianos encontramos esta esperanza en Jesucristo y en sus palabras, que «no pasarán». No esperamos algo ilusorio. Nuestra esperanza se apoya en el hecho inconmovible de la resurrección de Jesús. Desde Cristo resucitado nos atrevemos a ver la vida presente en «estado de gestación», como germen de una vida que alcanzará su plenitud final en Dios.
José Antonio Pagola
D. CONVICCIONES CRISTIANAS
Poco a poco iban muriendo los discípulos que habían conocido a Jesús. Los que quedaban, creían en él sin haberlo visto. Celebraban su presencia invisible en las eucaristías, pero ¿cuándo verían su rostro lleno de vida? ¿cuándo se cumpliría su deseo de encontrarse con él para siempre?
Seguían recordando con amor y con fe las palabras de Jesús. Eran su alimento en aquellos tiempos difíciles de persecución. Pero, ¿cuándo podrían comprobar la verdad que encerraban? ¿No se irían olvidando poco a poco? Pasaban los años y no llegaba el Día Final tan esperado, ¿qué podían pensar?
El discurso apocalíptico que encontramos en Marcos quiere ofrecer algunas convicciones que han de alimentar su esperanza. No lo hemos de entender en sentido literal, sino tratando de descubrir la fe contenida en esas imágenes y símbolos que hoy nos resultan tan extraños.
Primera convicción. La historia apasionante de la Humanidad llegará un día a su fin. El «sol» que señala la sucesión de los años se apagará. La «luna» que marca el ritmo de los meses ya no brillará. No habrá días y noches, no habrá tiempo. Además, «las estrellas caerán del cielo», la distancia entre el cielo y la tierra se borrará, ya no habrá espacio. Esta vida no es para siempre. Un día llegará la Vida definitiva, sin espacio ni tiempo. Viviremos en el Misterio de Dios.
Segunda convicción. Jesús volverá y sus seguidores podrán ver por fin su rostro deseado: «verán venir al Hijo del Hombre». El sol, la luna y los astros se apagarán, pero el mundo no se quedará sin luz. Será Jesús quien lo iluminará para siempre poniendo verdad, justicia y paz en la historia humana tan esclava hoy de abusos, injusticias y mentiras.
Tercera convicción. Jesús traerá consigo la salvación de Dios. Llega con el poder grande y salvador del Padre. No se presenta con aspecto amenazador. El evangelista evita hablar aquí de juicios y condenas. Jesús viene a «reunir a sus elegidos», los que esperan con fe su salvación.
Cuarta convicción. Las palabras de Jesús «no pasarán». No perderán su fuerza salvadora. Han de de seguir alimentando la esperanza de sus seguidores y el aliento de los pobres. No caminamos hacia la nada y el vacío. Nos espera el abrazo con Dios.
José Antonio Pagola