La gracia del arrepentimiento
Viernes 6 de octubre de 2017
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 41, viernes 13 de octubre de 2017
Nuestro «primer nombre es “pecador”». Por esto «pidamos al Señor la gracia de avergonzarnos» frente a Dios omnipotente que «nos abraza» con toda su misericordia. Y «para pedir perdón, el camino justo nos lo indica hoy el profeta Baruc» afirmó el Papa Francisco en la misa celebrada el viernes por la mañana, 6 de octubre, en Santa Marta.
De hecho, «la primera lectura es un acto de arrepentimiento», señaló inmediatamente refiriéndose precisamente al pasaje del libro de Baruc (1, 15-22). «El pueblo se arrepiente frente al Señor y pide perdón por sus pecados: se arrepiente viendo la gloria del Señor y las cosas malas que ha hecho». Y «el pasaje del profeta Baruc comienza así: “Al Señor, nuestro Dios, la Justicia”, porque Él es justo y “a nosotros, en cambio, la confusión del rostro”».
Por lo tanto, afirmó el Pontífice, «se sienten así, sin honor y con este corazón piden perdón». Y «no dicen: “hemos hecho esto, esto, esto…”: las cosas que han hecho siempre, las dicen en relación con el Señor, delante del Señor». Es este «el modo de arrepentirse: todo el pueblo se arrepintió, en aquel momento, y pidió perdón por todos “los habitantes de Jerusalén, por nuestros reyes y por nuestros jefes, por nuestros sacerdotes y nuestros profetas y por nuestros padres, porque hemos pecado contra el Señor”».
«Esto quiere decir que todos somos pecadores, todos», dijo Francisco. Tanto que «ninguno puede decir “yo soy justo” o “yo no soy como aquel o como aquella”». Pero reconoce, sobre todo, que «yo soy pecador». Y «yo diría que casi es el primer nombre que todos tenemos: pecadores», afirmó el Papa, preguntándose después: «¿Por qué somos pecadores? Hemos desobedecido, siempre en relación con el Señor: Él ha dicho una cosa y nosotros hemos hecho otra; no hemos escuchado la voz del Señor: Él nos ha hablado tantas veces». En efecto, insistió, «en nuestra vida cada uno puede pensar: “cuántas veces el Señor me ha hablado, ¡cuántas veces no lo he escuchado!”». Por ejemplo, prosiguió, «ha hablado con los padres, con la familia, con el catequista, en la iglesia, en las prédicas, ha hablado también en nuestro corazón: escuchamos la voz del Señor» pero «no hemos escuchado esa voz que nos hablaba de “caminar de acuerdo con los decretos” que Él había dado».
Se lee aún en el pasaje de Baruc propuesto por la liturgia: «Nosotros nos hemos rebelado al Señor nuestro Dios». Y «el pecado siempre es ese», en cuanto «el pecado aislado no existe». Porque «el pecado siempre es pecado porque está en relación con Dios». Más bien, explicó el Pontífice «el pecado aislado» está en la «descripción en los libros, pero en la vida, un pecado siempre es una cosa mala delante de Dios, en la relación con Él». Y así, prosiguió el Papa retomando las palabras del pasaje de Baruc, «nos hemos rebelado» a Él, «nos hemos obstinado a no escuchar su voz»: he aquí «la obstinación del corazón».
«Yo creo —confesó Francisco— que el profeta nos enseña cómo arrepentirnos; nos enseña cuál es el camino para pedir perdón, el verdadero camino». Baruc escribe que «con el pecado llegaron tantos males»: y esto «porque —señaló el Papa— el pecado arruina, arruina el corazón, arruina la vida, arruina el alma: debilita, enferma». Se lee incluso en el pasaje de Baruc: «No hemos escuchado la voz del Señor» y, más bien, «cada uno de nosotros, en vez de escuchar la voz del Señor “ha seguido las perversas inclinaciones de su corazón, ha servido a dioses extranjeros y ha hecho aquello que está mal a ojos del Señor”».
En resumen, afirmó el Pontífice, «el Señor nos ha hablado» pero «cada uno de nosotros ha hecho lo contrario: ha caído en la idolatría, las pequeñas idolatrías de cada día, ha hecho lo que está mal a los ojos del Señor y ha seguido “las perversas inclinaciones del corazón”».
«Nosotros sabemos —dijo sugiriendo hacer una reflexión personal— que en nuestro corazón hay tantas veces inclinaciones hacia los pecados: hacia la codicia, hacia la envidia, hacia el odio, hacia la difamación». Y «pensemos» precisamente en la «difamación: tal vez vosotros no —no lo sé— pero, ¿cuántas veces yo he hablado mal de los demás? ¿Cuántas veces he criticado?». La difamación, de hecho, «es una inclinación del corazón: arruinar la vida de los demás». Es más: «nosotros nos rasgamos las vestiduras cuando escuchamos noticias de las guerras, pero criticar es una guerra, es una guerra del corazón para destruir al otro». Y cuando «el Señor nos dice: “no, no critiques, estate callado”», en cambio «yo hago lo que quiero».
Es importante, por lo tanto, resaltó Francisco, «mirar siempre el pecado en esta relación con el Señor, que nos ama, nos da todo», incluso si «nosotros hacemos lo que queremos». Por está razón, sugirió «cuando nosotros hacemos examen de conciencia o nos preparamos para la confesión, no debemos hacer solamente una lista de los pecados, como una lista telefónica o la lista del supermercado: no». Es necesario en cambio reconocer «este pecado que he cometido delante del Señor: siempre hacer la relación: “yo he hecho esto delante de ti”».
Muchas veces, señaló, «vamos a la confesión con la lista de los pecados —malos, eso es cierto— y soltamos allí todo delante del sacerdote y nos quedamos tranquilos». Pero, prosiguió, «yo me pregunto: ¿Dónde está el Señor ahí? ¿He pensado que este pecado es contra el Señor? “Ah, no me ha venido a la mente”». Sin embargo, «no es una mancha a quitar, si fuera una mancha bastaría con ir a la tintorería y limpiarla». En cambio, explicó el Papa, «el pecado es una relación de rebelión contra el Señor: es malo en sí mismo, pero malo contra el Señor, que es bueno». Entonces «si yo pienso así sobre mis pecados, en vez de deprimirme siento ese gran sentimiento: la vergüenza, el deshonor del que habla el profeta Baruc». Porque «la vergüenza es una gracia: sentir vergüenza delante del Señor».
Desde aquí la propuesta de un examen de conciencia personal: «Que ninguno responda pero sí se responda en el corazón: ¿habéis sentido vergüenza frente al Señor por vuestros pecados? ¿Habéis pedido la gracia de la vergüenza, la gracia de avergonzaros frente a ti, Señor, que te he hecho esto? Porque yo soy malo: cúrame, Señor». Y «que el Señor nos cure a todos» auspició el Papa, recordando que la vergüenza «abre la puerta a la curación del Señor».
Por su parte, continuó Francisco, «¿qué hace el Señor? Hace aquello que hemos rezado en la oración del principio: “Señor, Tú que revelas tu omnipotencia, sobre todo con la misericordia y el perdón”». Por lo tanto, «cuando el Señor nos ve así» debemos «avergonzarnos de lo que hemos hecho y con humildad pedir perdón: Él es omnipotente, borra, nos abraza, nos acaricia y nos perdona». Pero «para llegar al perdón, el camino es este que hoy nos enseña el profeta Baruc».
«Alabemos hoy al Señor —fue la exhortación del Papa— porque ha querido manifestar precisamente la omnipotencia en la misericordia y en el perdón; después, también en la creación del mundo, pero esto es secundario». Y «sobre todo en la misericordia y en el perdón y frente a un Dios tan bueno, que perdona todo, que tiene tanta misericordia, pidamos la gracia de la vergüenza, de avergonzarnos; la gracia de sentir el deshonor». Como escribe Baruc «al Señor, nuestro Dios, la justicia; a nosotros, el deshonor, es decir, la vergüenza». Y «con esta vergüenza, acercarse a Él que es tan omnipotente en la misericordia y en el perdón».
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Gracias querido Papa porque nos haces mirar nuestro interior, reflexcionar y limpiarnos. Bendiciones