“CAMINANDO CON JESÚS”
PENSAMIENTOS PARA EL EVANGELIO DE HOY
- «El triunfo de la cruz iluminó a todos los que padecían la ceguera del pecado, nos liberó a todos de las ataduras del pecado, redimió a todos los hombres. Por consiguiente, no hemos de avergonzarnos de la cruz del Salvador» (San Cirilo de Jerusalén)
- «Dios elige el camino de la transformación de los corazones con el sufrimiento y la humildad. Y nosotros, como Pedro, debemos convertirnos siempre de nuevo» (Benedicto XVI)
- «(…) Los padecimientos de Jesús han tomado una forma histórica concreta por el hecho de haber sido ‘reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas’ (Mc 8,31), que lo ‘entregaron a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle’ (Mt 20,19)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 572)
B. TOMAR EN SERIO A JESÚS
El episodio de Cesarea de Filipo ocupa un lugar central en el evangelio de Marcos. Después de un tiempo de convivir con él, Jesús hace a sus discípulos una pregunta decisiva: «¿Quién decís que soy yo?». En nombre de todos, Pedro le contesta sin dudar: «Tú eres el Mesías». Por fin parece que todo está claro. Jesús es el Mesías enviado por Dios, y los discípulos lo siguen para colaborar con él.
Pero Jesús sabe que no es así. Todavía les falta aprender algo muy importante. Es fácil confesar a Jesús con palabras, pero todavía no saben lo que significa seguirlo de cerca compartiendo su proyecto y su destino. Marcos dice que Jesús «empezó a enseñarles» que debía sufrir mucho. No es una enseñanza más, sino algo fundamental que los discípulos tendrán que ir asimilando poco a poco.
Desde el principio les habla «con toda claridad». No les quiere ocultar nada. Tienen que saber que el sufrimiento los acompañará siempre en su tarea de abrir caminos al reino de Dios. Al final será condenado por los dirigentes religiosos y morirá ejecutado violentamente. Solo al resucitar se verá que Dios está con él.
Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Su reacción es increíble. Toma a Jesús consigo y se lo lleva aparte para «increparlo». Había sido el primero en confesarlo como Mesías. Ahora es el primero en rechazarlo. Quiere hacer ver a Jesús que lo que está diciendo es absurdo. No está dispuesto a que siga ese camino. Jesús ha de cambiar esa manera de pensar.
Jesús reacciona con una dureza desconocida. De pronto ve en Pedro los rasgos de Satanás, el tentador del desierto que busca apartarlo de la voluntad de Dios. Se vuelve de cara a los discípulos y «reprende» literalmente a Pedro con estas palabras: «Ponte detrás de mí, Satanás»: vuelve a ocupar tu puesto de discípulo. Deja de tentarme. «Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Luego llama a la gente y a sus discípulos para que escuchen bien sus palabras. Las repetirá en diversas ocasiones. No han de olvidarlas jamás. «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga».
Seguir a Jesús no es obligatorio. Es una decisión libre de cada uno. Pero hemos de tomar en serio a Jesús. No bastan confesiones fáciles. Si queremos seguirlo en su tarea apasionante de hacer un mundo más humano, digno y dichoso, hemos de estar dispuestos a dos cosas. Primero, renunciar a proyectos o planes que se oponen al reino de Dios. Segundo, aceptar los sufrimientos que nos pueden llegar por seguir a Jesús e identificarnos con su causa.
José Antonio Pagola
C. CONOCER A JESÚS EL CRISTO
El episodio ocupa un lugar central y decisivo en el relato de Marcos. Los discípulos llevan ya un tiempo conviviendo con Jesús. Ha llegado el momento en que se han de pronunciar con claridad. ¿A quién están siguiendo? ¿Qué es lo que descubren en Jesús? ¿Qué captan en su vida, su mensaje y su proyecto?
Desde que se han unido a él, viven interrogándose sobre su identidad. Lo que más les sorprende es la autoridad con que habla, la fuerza con que cura a los enfermos y el amor con que ofrece el perdón de Dios a los pecadores. ¿Quién es este hombre en quien sienten tan presente y tan cercano a Dios como Amigo de la vida y del perdón?
Entre la gente que no ha convivido con él se corren toda clase de rumores, pero a Jesús le interesa la posición de sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». No basta que entre ellos haya opiniones diferentes más o menos acertadas. Es fundamental que los que se han comprometido con su causa, reconozcan el misterio que se encierra en él. Si no es así, ¿quién mantendrá vivo su mensaje? ¿Qué será de su proyecto del reino de Dios? ¿En qué terminará aquel grupo que está tratando de poner en marcha?
Pero la cuestión es vital también para sus discípulos. Les afecta radicalmente. No es posible seguir a Jesús de manera inconsciente y ligera. Tienen que conocerlo cada vez con más hondura. Pedro, recogiendo las experiencias que han vivido junto a él hasta ese momento, le responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías».
La confesión de Pedro es todavía limitada. Los discípulos no conocen aún la crucifixión de Jesús a manos de sus adversarios. No pueden ni sospechar que será resucitado por el Padre como Hijo amado. No conocen experiencias que les permitan captar todo lo que se encierra en Jesús. Solo siguiéndolo de cerca, lo irán descubriendo con fe creciente.
Para los cristianos es vital reconocer y confesar cada vez con más hondura el misterio de Jesús el Cristo. Si ignora a Cristo, la Iglesia vive ignorándose a sí misma. Si no lo conoce, no puede conocer lo más esencial y decisivo de su tarea y misión. Pero, para conocer y confesar a Jesucristo, no basta llenar nuestra boca con títulos cristológicos admirables. Es necesario seguirlo de cerca y colaborar con él día a día. Esta es la principal tarea que hemos de promover en los grupos y comunidades cristianas.
José Antonio Pagola
D. ¿QUIÉN ES PARA NOSOTROS?
¿Quién decís que soy yo?
Según el relato evangélico, la pregunta la dirigió Jesús a sus discípulos mientras recorría las aldeas de Cesarea de Filipo, pero, después de veinte siglos, nos sigue interpelando a todos los que nos decimos cristianos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros? Su persona nos llega a través de muchos siglos de imágenes, fórmulas, dogmas, explicaciones teológicas e interpretaciones culturales que van desvelando y, a veces, también velando su misterio.
Para responder a la pregunta de Jesús podemos acudir a lo que han dicho los Concilios, escuchar el Magisterio de la Iglesia, leer las reflexiones de los teólogos o repetir cosas que hemos oído a otros, pero, ¿no se nos está pidiendo una respuesta más personal y comprometida?
Afirmamos rápidamente que «Jesús es Dios», pero, luego, no sabemos qué hacer con su «divinidad». ¿Amamos a Jesús sobre todas las cosas o está nuestro corazón ocupado por otros dioses en los que buscamos seguridad, bienestar o prestigio? ¿Para qué sirve confesar la «divinidad» de Jesús si, luego, apenas significa algo en nuestras vidas?
También decimos que «Jesús es el Señor», pero, ¿es él quien dirige nuestra vida? Doblamos distraídamente la rodilla al pasar ante el sagrario, pero ¿le rendimos alguna vez nuestro ser? ¿De qué nos sirve llamarlo tantas veces «Señor, Señor», ¿si no nos preocupa hacer su voluntad?
Confesamos que «Jesús es el Cristo», es decir, el Mesías enviado por Dios para salvar al ser humano, pero ¿qué hacemos para construir un mundo más humano siguiendo sus pasos? Nos llamamos «cristianos» o «mesianistas», pero, ¿qué hacemos para sembrar libertad, dignidad y esperanza para los últimos de la Tierra?
Proclamamos que «Jesús es la Palabra de Dios encarnada», es decir, Dios hablándonos en los gestos, las palabras y la vida entera de Jesús. Si es así, ¿por qué dedicamos tan poco tiempo a leer, meditar y practicar el Evangelio? ¿Por qué escuchamos tantos mensajes, consignas y magisterios antes que la palabra sencilla e inconfundible de Jesús?
José Antonio Pagola
E. QUÉ NOS PUEDE APORTAR
¿Quién decís que soy yo?
«¿Quién decís que soy yo?» No sé exactamente cómo podemos contestar a esta pregunta de Jesús los cristianos de hoy, pero, tal vez, podemos intuir un poco lo que puede ser para nosotros en estos momentos, si logramos encontrarnos con él con más hondura y verdad.
Jesús nos puede ayudar, antes que nada, a conocernos mejor. Su evangelio hace pensar y nos obliga a planteamos las preguntas más importantes y decisivas de la vida. Su manera de sentir y de vivir la existencia, su modo de reaccionar ante el sufrimiento humano, su confianza indestructible en un Dios amigo de la vida es lo mejor que ha dado la historia humana.
Jesús nos puede enseñar, sobre todo, un estilo nuevo de vida. Quien se acerca a él no se siente atraído por una nueva doctrina sino invitado a vivir de una manera diferente, más enraizada en la verdad y con un horizonte más grande, más digno y más esperanzado.
Jesús nos puede liberar también de formas poco sanas de vivir la religión: fanatismos ciegos, desviaciones legalistas, miedos egoístas. Puede, sobre todo, introducir en nuestras vidas algo tan importante como la alegría de vivir, la mirada compasiva hacia las personas, la creatividad de quien vive amando.
Jesús nos puede redimir de imágenes enfermas de Dios que vamos arrastrando sin medir los efectos dañosos que tienen en nosotros. Nos puede enseñar a vivirle a Dios como una presencia cercana y amistosa, fuente inagotable de vida y ternura. Dejarse conducir por Jesús es encontrarse con un Dios diferente, más grande y más humano que todas nuestras teorías.
Eso sí. Para encontrarse con Jesús a un nivel un poco auténtico, hemos de atrevemos a salir de la inercia y del inmovilismo, recuperar la libertad interior, estar dispuestos a «nacer de nuevo» dejando atrás la observancia tranquila y aburrida de una religión.
Sé que Jesús puede ser el sanador y liberador de no pocas personas que viven atrapadas por la indiferencia, distraídas por la vida moderna, paralizadas por una religión rutinaria o seducidas por el bienestar material, pero sin camino, sin verdad y sin vida.
José Antonio Pagola
F. JESÚS EN DIRECTO
¿Quién dice la gente que soy yo?
También en el nuevo milenio sigue resonando la pregunta de Jesús: « Y, vosotros, ¿quién decís que soy yo?» No es para llevar a cabo un sondeo de opinión. Es una pregunta que nos sitúa a cada uno a un nivel más profundo: ¿Quién es hoy Cristo para mí? ¿Qué sentido tiene realmente en mi vida? Las respuestas pueden ser muy diversas:
«No me interesa». Así de sencillo. No me dice nada; no cuento con él; sé que hay algunos a los que sigue interesando; yo me intereso por cosas más prácticas e inmediatas. Aquí las cosas están claras: Cristo ha desaparecido del horizonte real de la persona.
«No tengo tiempo para eso». Bastante hago con enfrentarme a los problemas de cada día: vivo ocupado, con poco tiempo y humor para pensar en mucho más. En estas personas no hay un hueco para Cristo. No llegan a sospechar siquiera el estímulo y la fuerza que podría aportar a sus vidas.
«Me resulta demasiado exigente». No quiero complicarme la vida. Se me hace incómodo pensar en Cristo. Y, además, luego viene todo eso de evitar el pecado, exigirme una vida virtuosa, las prácticas religiosas. Es demasiado. Estas personas desconocen a Cristo. No saben que podría introducir una libertad nueva en su existencia.
«Lo siento muy lejano». Todo lo que se refiere a Dios y a la religión me resulta teórico y lejano; son cosas de las que no se puede saber nada con seguridad; además, ¿qué puedo hacer para conocerlo mejor y entender de qué van las cosas? Estas personas necesitan encontrar un camino que las lleve a una adhesión más viva con Cristo.
Este tipo de reacciones no son algo «inventado»; las he escuchado yo mismo en más de una ocasión. También conozco respuestas aparentemente más firmes: «soy agnóstico»; «adopto siempre posturas progresistas»; «sólo creo en la ciencia». Estas afirmaciones me resultan inevitablemente artificiales cuando no son resultado de una búsqueda personal y sincera.
Cristo sigue siendo un desconocido. Muchos no pueden ya intuir lo que es entender y vivir la vida desde él. A quienes crean en esta posibilidad, les sugiero un primer libro escrito con lucidez y pasión por un pensador francés. A nadie dejará indiferente. Para muchos será una «revelación». Jean Onimus, Jesús en directo, Ed. Sal Terrae (Santander 2000).
José Antonio Pagola