La fe no es nunca cuestión privada
Jueves 28 de noviembre de 2013 Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 49, viernes 6 de diciembre de 2013
La prohibición de adorar a Dios es el signo de una «apostasía general», es la gran tentación que busca convencer a los cristianos a seguir «un camino más razonable, más tranquilo», obedeciendo «a las órdenes de los poderes mundanos» que pretenden reducir «la religión a una cuestión privada». Y, sobre todo, no quieren que Dios sea adorado «con confianza y fidelidad». Es precisamente de esta tentación que el Papa alertó en la misa celebrada el jueves 28 de noviembre, en Santa Marta.
Como es costumbre, el Pontífice se inspiró en la liturgia de la Palabra que, destacó, «nos hace pensar en los últimos días, en el tiempo final, el fin del mundo, el tiempo de la venida final de Nuestro Señor Jesucristo». En efecto, explicó, «en nuestra vida, la vida de cada uno de nosotros, tenemos tentaciones. Muchas. El demonio nos impulsa a no ser fieles al Señor. Algunas veces con fuerza». Como esa ocasión en la que Jesús habló a Pedro: «el demonio quería cribarlo como trigo. Muchas veces hemos tenido esa tentación y, pecadores, hemos caído». Pero hoy en la liturgia, dijo el Papa, «se habla de la tentación universal, de la prueba universal, del momento en el que todo lo creado, toda la creación del Señor se encontrará ante esta tentación entre Dios y el mal, entre Dios y el príncipe de este mundo».
Por lo demás, prosiguió, «con Jesús el demonio empezó a hacer esta prueba al inicio de su vida, en el desierto. Y trató de convencerle que siguiera otro camino, más razonable, más tranquilo, menos peligroso. Al final mostró su intención: todo esto te daré si me adoras. Buscaba ser el dios de Jesús». Y Jesús mismo, afirmó el Papa, tuvo «después muchas pruebas en su vida pública: insultos, calumnias» o cuando se presentaron ante Él de modo hipócrita «para ponerle a prueba». También «al final de su vida el príncipe de este mundo le puso a prueba en la cruz: “Si tú eres el Hijo de Dios baja y todos nosotros creeremos”». He aquí, prosiguió el Pontífice, que Jesús se encontró ante sí «otra vez con la prueba de elegir otra vía de salvación». Pero al final la resurrección de Jesús tuvo lugar a través del camino «que el Padre quería y no el que quería el príncipe de este mundo».
En la liturgia, dijo el Papa, hoy «la Iglesia nos hace pensar en el fin de este mundo, porque éste acabará. La fachada de este mundo desaparecerá». Hay una palabra en el Evangelio «que nos impresiona bastante: todas estas cosas sucederán». ¿Pero hasta cuándo hay que esperar? La respuesta que nos da el Evangelio de Lucas (21, 20-28) es «hasta que alcancen su plenitud los tiempos de los gentiles». En efecto, dijo el Papa, «también los paganos tienen un tiempo de plenitud»: el kairòs de los paganos. «Ellos —repitió— tienen un kairòs que será esto, el triunfo final: Jerusalén pisoteada» y, se lee en el Evangelio, «habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas».
En la práctica «es la calamidad» precisó el Papa. «Pero cuando Jesús habla de esta calamidad en otro pasaje, nos dice que será una profanación del templo, una profanación de la fe, del pueblo. Será la abominación. Será la abominación de la desolación (cf. Daniel 9, 27). ¿Qué significa? Será como el triunfo del príncipe de este mundo, la derrota de Dios. Parece que Él, en ese momento final de calamidad, se adueñará de este mundo» convirtiéndose así en el «dueño del mundo».
El Papa explicó luego cómo se puede hallar en la primera lectura, tomada del libro del profeta Daniel (6, 12-28), «el centro de este camino, de esta lucha entre el Dios vivo y el príncipe de este mundo». En esencia, «Daniel es condenado sólo por adoración, por adorar a Dios. Y la abominación de la desolación se llama prohibición de adoración».
En ese tiempo, explicó el Pontífice, «no se podía hablar de religión: era una cuestión privada», los signos religiosos se quitaban y era necesario obedecer las órdenes que venían de los «poderes mundanos». Se podían «hacer muchas cosas, cosas hermosas, pero adorar a Dios» estaba prohibido. Éste era el centro, «el kairòs de esta actitud pagana». Pero precisamente «cuando se realiza este tiempo, entonces sí, vendrá Él». Como se lee en el pasaje evangélico «verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria».
La Palabra de Dios nos recuerda, prosiguió el Papa, cómo «los cristianos que sufren tiempos de persecuciones, tiempos de prohibición de la adoración, son una profecía de lo que sucederá a todos». Pero precisamente en los momentos como esos, es decir, cuando los tiempos de los paganos se cumplen, «levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación». En efecto, explicó el Obispo de Roma «el triunfo, la victoria de Jesucristo es llevar la creación al Padre en el final de los tiempos».
Pero no debemos tener miedo. El Papa repitió la promesa de Dios, quien «nos pide fidelidad y paciencia. Fidelidad como Daniel, que fue fiel a su Dios y le adoró hasta el final. Y paciencia, porque los cabellos de nuestra cabeza no caerán, así lo prometió el Señor». Y concluyó invitando a reflexionar, especialmente en esta semana, sobre «esta apostasía general que se llama prohibición de adoración». Y a plantearse a sí mismos una pregunta: «¿Adoro al Señor? ¿Adoro a Jesucristo, el Señor? ¿O un poco mitad y mitad y juego con el príncipe de este mundo? Adorar hasta el final con confianza y fidelidad es la gracia que debemos pedir».
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