Oración – Meditación

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Oración – Meditación

¡Ora! Decir que no se puede sólo es fruto del no querer. La oración es remedio para todos los males, pero no se conoce remedio contra la falta de oración. La oración es la fuerza que atrae y llama sobre nosotros
las gracias y la misericordia divinas: quien no ora no las recibe.
Cuando pedimos a Dios algún favor, cuando le agradecemos los beneficios recibidos, cuando alabamos su bondad, cuando adoramos su majestad, cuando meditamos las verdades de la fe, cuando hacemos actos de confianza, de amor, de fidelidad, de humildad, de arrepentimiento: es entonces que nosotros oramos.
Orando debemos reflexionar que oramos a Dios nuestro Padre; esta reflexión hace nacer en nosotros la confianza necesaria para obtener las gracias.
En la oración Dios no mira la precisión del lenguaje de los labios: los hombres se fijan en estas pequeñeces, Dios mira el lenguaje del corazón. El espíritu de oración se cultiva admirablemente en la soledad y en el retiro.
Cuando necesitas obtener algo de los hombres, no pongas tu confianza en la buena amistad o en las relaciones favorables que tienen contigo; pon tu confianza solamente en Aquel que tiene en sus manos el corazón de los hombres mismos. Primero háblale a Él en la oración, y después presenta a los hombres tus peticiones.
Cuando necesites obtener alguna gracia, especialmente si es de cierta importancia, haz orar a los niños. La Santa Iglesia desde los primeros siglos reconocía un valor especial a la oración de los niños y por eso
quería que ellos especialmente oraran en la Liturgia de la Misa. Algunos consideran que oran poco porque no hacen largas oraciones. En cambio ellos, con tener a Dios presente en sus obras, esfuerzos, y con frecuentes actos de amor, de confianza, de ofrecimiento y de peticiones realizadas a modo de jaculatorias, podemos decir que están en oración continua. Se puede creer que estas personas tienen poca necesidad de otra oración.
¿Alguna vez has observado cuanto tiempo están los pobres a las puertas de las iglesias? Siempre, de la mañana a la noche y sin cansarse nunca, piden limosna a todos. A veces por largo rato nadie les da nada, pero ellos son constantes, no se mueven de allí, quedan ahí sentados en el mismo lugar. Esta es la perseverancia. Así tenemos que portarnos nosotros cuando vemos que Dios no nos concede en seguida la gracia.
¡Que dulce es orar! Realmente es verdad lo que ha dicho Jesús, que en la belleza de la oración está la plenitud del gozo.
Te exhorto con Santa Teresa a que hagas alguna oración con palabras personales. El Señor no pretende que se le hable con elegancia, Él observa el deseo del corazón y aunque las palabras estén mal coordinadas, no se molesta.
Como en el mundo con el dinero se resuelven todas las necesidades materiales así con la oración se solucionan todas las necesidades espirituales. Si no nos gusta rezar quiere decir que no nos gusta recibir gracias.
A lo mejor tú quieres rezar con todo el fervor y la perfección con que rezan los santos, pero si todavía no eres santo tienes que tener paciencia: compromiso sí, pero sereno y sin tensiones porque la tensión quita la paz en la cual quiere habitar el Señor.
Las jaculatorias son manifestaciones afectuosas de los sentimientos que suben al cielo desde el corazón. Estas no ocupan tiempo, no impiden ninguna ocupación, no pueden ser obstaculizadas por distracciones porque no le dejan tiempo…; son como los respiros del alma que mantienen la vida en Dios: son desahogos del amor que no puede quedar aprisionado en la estrechez del corazón.
Las jaculatorias frecuentes sirven muchísimo para tener el espíritu recogido y unido a Dios.
Es necesario que el cristiano medite, es decir que piense y reflexione sobre las verdades de nuestra santa religión. La simple meditación, es decir la simple consideración y reflexión sobre las máximas eternas, es necesaria para todos los cristianos para vivir bien y salvarse. Este tipo de meditación es distinto según la capacidad de cada persona, aunque sea inculta y de poca inteligencia.
Por lo que se refiere a la meditación: si no sabes meditar, reza. Recuerda que estás en la presencia de Dios, y es más, a Dios lo tienes en tu corazón: entonces quédate allí con el Señor que está en ti: haz actos de fe, de confianza, de amor, de ofrecimiento y de humildad, especialmente cuando estés más tentado.
Ora por ti, ora por todos los pecadores, por la Iglesia… y permanece sereno. No quisiera repetírtelo más.

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