El pecado

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El pecado

Teme únicamente el pecado, porque en realidad es el único y verdadero mal. El pecado es como una espina metida en el corazón; hasta que no se saca no deja de pinchar. Si hace diez años hubiéramos tenido una enfermedad, ahora no sufriríamos más por ella; en cambio si hace diez años hubiéramos cometido un pecado y no lo hemos llorado todavía, tenemos que temer un gran daño. Tendríamos que comprender la infinita grandeza, la inmensa bondad de Dios para entender toda la maldad del pecado mortal.

Puedes pensar como prefieres, pero es verdad que si caes y vuelves a caer en el pecado es porque quieres; si no quieres cometerlos más, no los cometerás; porque con la gracia de Dios, que no falta, se puede y se debe evitar el pecado: por lo tanto, también después de muchas recaídas, deberás siempre proponerte y esperar, con la ayuda divina, no pecar más. Cuando cada pecador se encuentra en pecado mortal está en un mal estado; cuando se ha acostumbrado al pecado está en un pésimo estado. Las recaídas no siempre son fruto de una falta de verdadero propósito, muchas veces solamente significan que la voluntad está mortificada y cansada por el repetirse de las tentaciones.

El dolor por el pecado es la alegría del alma; y para ella el llorar por el pecado es el más dulce de los consuelos. Levantarnos del pecado, con la gracia de Dios, es mucho más fácil de cuanto podemos pensar. ¡… Ah! Si tu estuvieras en estado de pecado, escucha ahora la voz de Dios que te habla al corazón y te dice: “confiésate, conviértete”. Escúchala, pero escúchala enseguida, ahora que la sientes; quizás otro día no la escucharás más.

Convertirse a Dios es fácil, si se quiere. Dios está muy dispuesto a perdonar los pecados. Si llegaran a comprenderlo los pecadores, pronto estarían viviendo todos en gracia de Dios. La parálisis es una enfermedad terrible. Ella simboliza aquella inquietud e inestabilidad de nuestro corazón que nos mantiene en constante agitación, que nace de la búsqueda de nuestra satisfacción y de nuestra felicidad en las cosas del mundo, que no las pueden dar. Estamos como aquel que tiene sed y toma agua salada: el pobrecito intentaría quitarse la sed pero la acrecienta siempre más.

El pecado venial, aunque sea un mal liviano confrontado con el pecado mortal, por sí mismo es un mal muy grave, por el hecho de ser una ofensa hecha a una Bondad infinita. Después del pecado mortal, el venial es el mal más grande del mundo.

Tienes que convencerte, que tu conversión debe ser obra de la gracia de Dios, y esta gracia es omnipotente, así que frente a ella no puede haber ninguna dificultad. Cuando te hayas convencido de esta verdad, recurre a la Virgen Inmaculada, Madre de los pobres pecadores; pídele que interceda para que su divino Hijo y nuestro Redentor, te conceda la gracia de una sincera conversión; pero pídele con verdadero compromiso y buen corazón como se hace cuando se pide una gracia de gran importancia. Después ve a presentarte a un buen ministro de Dios. Un medio eficaz para alejarse de los pecados es rezar por la conversión de los pecadores.

Cuando puedas evitar que alguien cometa algún pecado, aun pequeño, evítalo; de buenas maneras y con caridad rogándole a cada persona que no ofenda más a Dios. Anímate a hacerlo.

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