4. Acción de gracias en el templo
Miércoles 25 de mayo de 2005
1. El salmo 115, con el que acabamos de orar, siempre se ha utilizado en la tradición cristiana, desde san Pablo, el cual, citando su inicio según la traducción griega de los Setenta, escribe así a los cristianos de Corinto: “Teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: “Creí, por eso hablé”, también nosotros creemos, y por eso hablamos” (2Co 4,13).
El Apóstol se siente espiritualmente de acuerdo con el salmista en la serena confianza y en el sincero testimonio, a pesar de los sufrimientos y las debilidades humanas. Escribiendo a los Romanos, san Pablo utilizará el versículo 2 del Salmo y presentará un contraste entre el Dios fiel y el hombre incoherente: “Dios es veraz y todo hombre mentiroso” (Rm 3,4).
La tradición cristiana ha leído, orado e interpretado el texto en diversos contextos y así se aprecia toda la riqueza y la profundidad de la palabra de Dios, que abre nuevas dimensiones y nuevas situaciones.
Al inicio se leyó sobre todo como un texto del martirio, pero luego, cuando la Iglesia alcanzó la paz, se transformó cada vez más en texto eucarístico, por la referencia al “cáliz de la salvación”.
En realidad, Cristo es el primer mártir. Dio su vida en un contexto de odio y de falsedad, pero transformó esta pasión —y así también este contexto— en la Eucaristía: en una fiesta de acción de gracias. La Eucaristía es acción de gracias: “Alzaré el cáliz de la salvación”.
2. El salmo 115, en el original hebreo, constituye una única composición con el salmo anterior, el 114. Ambos constituyen una acción de gracias unitaria, dirigida al Señor que libera de la pesadilla de la muerte, de los contextos de odio y mentira.
En nuestro texto aflora la memoria de un pasado angustioso: el orante ha mantenido en alto la antorcha de la fe, incluso cuando a sus labios asomaba la amargura de la desesperación y de la infelicidad (cf. Sal 115,10). En efecto, a su alrededor se elevaba una especie de cortina gélida de odio y engaño, porque el prójimo se manifestaba falso e infiel (cf. v. 11). Pero la súplica se transforma ahora en gratitud porque el Señor ha permanecido fiel en este contexto de infidelidad, ha sacado a su fiel del remolino oscuro de la mentira (cf. v. 12). Y así este salmo es siempre para nosotros un texto de esperanza, porque el Señor no nos abandona ni siquiera en las situaciones difíciles; por ello, debemos mantener elevada la antorcha de la fe.
Por eso, el orante se dispone a ofrecer un sacrificio de acción de gracias, durante el cual se beberá en el cáliz ritual, la copa de la libación sagrada, que es signo de gratitud por la liberación (cf. v. 13) y encuentra su realización plena en el cáliz del Señor. Así pues, la liturgia es la sede privilegiada para elevar la alabanza grata al Dios salvador.
3. En efecto, no sólo se alude al rito sacrificial, sino también, de forma explícita, a la asamblea de “todo el pueblo”, en cuya presencia el orante cumple su voto y testimonia su fe (cf. v. 14). En esta circunstancia hará pública su acción de gracias, consciente de que, incluso cuando se cierne sobre él la muerte, el Señor lo acompaña con amor. Dios no es indiferente ante el drama de su criatura, sino que rompe sus cadenas (cf. v. 16).
El orante, salvado de la muerte, se siente “siervo” del Señor, “hijo de su esclava” (cf. v. 16), una hermosa expresión oriental para indicar a quien ha nacido en la misma casa del amo. El salmista profesa humildemente y con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad.
4. El Salmo, reflejando las palabras del orante, concluye evocando de nuevo el rito de acción de gracias que se celebrará en el marco del templo (cf. vv. 17-19). Así su oración se situará en un ámbito comunitario. Se narra su historia personal para que sirva de estímulo a creer y amar al Señor. En el fondo, por tanto, podemos descubrir a todo el pueblo de Dios mientras da gracias al Señor de la vida, el cual no abandona al justo en el seno oscuro del dolor y de la muerte, sino que lo guía a la esperanza y a la vida.
5. Concluyamos nuestra reflexión con las palabras de san Basilio Magno, el cual, en la Homilía sobre el salmo 115, comenta así la pregunta y la respuesta recogidas en el Salmo: «”¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación”. El salmista ha comprendido los numerosísimos dones recibidos de Dios: del no ser ha sido llevado al ser, ha sido plasmado de la tierra y dotado de razón…; luego ha conocido la economía de la salvación en favor del género humano, reconociendo que el Señor se ha entregado a sí mismo en redención en lugar de todos nosotros, y, buscando entre todas las cosas que le pertenecen, no sabe cuál don será digno del Señor. “¿Cómo pagaré al Señor?”. No con sacrificios ni con holocaustos…, sino con toda mi vida. Por eso, dice: “Alzaré el cáliz de la salvación”, llamando cáliz al sufrimiento en la lucha espiritual, al resistir al pecado hasta la muerte. Esto, por lo demás, es lo que nos enseñó nuestro Salvador en el Evangelio: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”; y de nuevo a los discípulos, “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?”, significando claramente la muerte que aceptaba para la salvación del mundo» (PG XXX, 109), transformando así el mundo del pecado en un mundo redimido, en un mundo de acción de gracias por la vida que nos ha dado el Señor.
Salmo 115
1 Amo al Señor, porque él escucha el clamor de mi súplica, 2 porque inclina su oído hacia mí, cuando yo lo invoco. 3 Los lazos de la muerte me envolvieron, me alcanzaron las redes del Abismo, caí en la angustia y la tristeza; 4 entonces invoqué al Señor: «¡Por favor, sálvame la vida!». 5 El Señor es justo y bondadoso, nuestro Dios es compasivo; 6 el Señor protege a los sencillos: yo estaba en la miseria y me salvó. 7 Alma mía, recobra la calma, porque el Señor ha sido bueno contigo. 8 El libró mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas y mis pies de la caída. 9 Yo caminaré en la presencia del Señor, en la tierra de los vivientes. 10 Tenía confianza, incluso cuando dije: «¡Qué grande es mi desgracia!». |
11 Yo, que en mi turbación llegué a decir: «¡Los hombres son todos mentirosos!». 12 ¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? 13 Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor. 14 Cumpliré mis votos al Señor, en presencia de todo su pueblo. 15 ¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos! 16 Yo, Señor, soy tu servidor, tu servidor, lo mismo que mi madre: por eso rompiste mis cadenas. 17 Te ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre del Señor. 18 Cumpliré mis votos al Señor, en presencia de todo su pueblo, 19 en los atrios de la Casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén. ¡Aleluya! |
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