365 Con los Santos 20-feb

20 de febrero El verdadero temor del Señor ¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos! Siempre que en las Escrituras se habla del temor del Señor, hay que tener en cuenta que nunca se habla solo de él, como si el temor fuera suficiente para conducir la fe hasta su consumación, sino que se le añaden o se le anteponen muchas otras cosas por las que pueda comprenderse la razón de ser y la perfección del temor del Señor; como podemos deducir de lo dicho por Salomón en los Proverbios: Si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia, si la procuras como el dinero y la buscas como un tesoro, entonces comprenderás el temor del Señor. Vemos, en efecto, a través de cuántos grados se llega al temor del Señor. Ante todo, hay que invocar a la inteligencia y dedicarse a toda suerte de menesteres intelectuales, así como buscarla y tratar de dar con ella; entonces podrá comprenderse el temor del Señor. Pues, por que se refiere a la manera común del pensar humano, es así como se acostumbra a entender el temor. El temor, en efecto, se define como el estremecimiento de la debilidad humana que rechaza la idea de tener que soportar lo que no quiere que acontezca. Existe y se conmueve dentro de nosotros a causa de la conciencia de la culpa, del derecho del más fuerte, del ataque del más valiente, ante la enfermedad, ante la acometida de una fiera o el padecimiento de cualquier mal. Nadie nos enseña este temor, sino que nuestra frágil naturaleza nos lo pone delante. Tampoco aprendemos lo que hemos de temer, sino que son los mismos objetos del temor los que lo suscitan en nosotros.

(San Hilario, Sobre los Salmos 127)

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