8 de febrero
La amistad de Dios
Nuestro Señor Jesucristo, palabra de Dios, comenzó por atraer hacia Dios a los siervos, y luego liberó a los que se le habían sometido, como él mismo dijo a sus discípulos: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. Pues la amistad de Dios otorga la inmortalidad a quienes la aceptan.
Al principio, y no porque necesitase del hombre, Dios plasmó a Adán, precisamente para tener en quien depositar sus beneficios. Pues no solo antes de Adán, sino antes también de cualquier creación, la Palabra glorificaba ya a su Padre, permaneciendo junto a él, y, a su vez, era glorificada por el Padre, como la misma Palabra dijo: Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese.
Ni nos mandó que lo siguiésemos porque necesitara de nuestro servicio, sino para salvarnos a nosotros. Porque seguir al Salvador equivale a participar de la salvación, y seguir a la luz es lo mismo que quedar iluminado.
Efectivamente, quienes se hallan en la luz no son los que iluminan a la luz, sino esta la que los ilumina a ellos; ellos, por su parte, no dan nada a la luz, mientras que, en cambio, reciben su beneficio, pues se ven iluminados por ella.
(SAN IRENEO, Contra las herejías)