365 Con los Santos 06-feb

6 de febrero

Consagración de la casa

El motivo que hoy nos congrega es la consagración de una casa de oración. Esta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros, que somos la casa de Dios, nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio o, mejor dicho, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo.

Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de las selvas las piedras y los troncos; y, cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de los artífices y carpinteros.

Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad. Nadie entraría en esta casa si las piedras y los maderos no estuviesen unidos y compactos con un determinado orden, si no estuviesen bien trabados, y si la unión entre ellos no fuera tan íntima que en cierto modo puede decirse que se aman. Pues cuando ves en un edificio que las piedras y que los maderos están perfectamente unidos, entras sin miedo y no temes que se hunda.

Así, pues, porque nuestro Señor Jesucristo quería entrar en nosotros y habitar en nosotros, afirmaba, como si nos estuviera edificando: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Os doy –dice– un mandamiento. Antes erais hombres viejos, todavía no erais para mí una casa, yacíais en vuestra propia ruina. Para salir, pues, de la caducidad de vuestra propia ruina, amaos unos a otros.

(SAN AGUSTÍN, Sermón 336)

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