De la cruz las bendiciones Que nuestra alma, iluminada por el Espíritu de verdad, reciba con puro y libre corazón la gloria de la cruz, que irradia por cielo y tierra, y trate de penetrar interiormente lo que el Señor quiso significar cuando, hablando de la pasión cercana, dijo: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Y más adelante: Ahora mi alma está agitada,
y ¿qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora.
Padre, glorifica a tu Hijo. Y como si oyera la voz del Padre, que decía desde el cielo: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo, dijo Jesús a los que lo rodeaban: Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.
¡Oh admirable poder de la cruz! ¡Oh inefable gloria de la pasión! En ella podemos admirar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del Crucificado.
Atrajiste a todos hacia ti, Señor, porque la devoción de todas las naciones de la tierra puede celebrar ahora, con sacramentos eficaces y de significado claro, lo que antes solo podía celebrarse en el templo de Jerusalén y únicamente por medio de símbolos y figuras.
Aquí radica la maravillosa misericordia de Dios para con nosotros: en que Cristo no murió por los justos ni por los santos, sino por los pecadores y por los impíos. Y, como la naturaleza divina no podía sufrir el suplicio de la muerte, tomó de nosotros, al nacer,
lo que pudiera ofrecer por nosotros.
(SAN LEÓN MAGNO, Sermón 8)