- 1 de junio
Reunidos en el Señor
Cargado de trabajos, Constantino Cirilo cayó enfermo; estuvo muchos días con fiebre y un día tuvo una visión de Dios y empezó a cantar así: «Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”; se regocijan mi corazón y mi espíritu». Revestido de sus ornamentos, se pasó todo aquel día lleno de contento, diciendo: «Desde ahora ya no soy siervo ni del emperador ni de hombre alguno sobre la tierra, sino solo de Dios todopoderoso. Primero no existía, luego existí, y existiré para siempre. Amén».
Llegada la hora de recibir el merecido descanso […], levantó las manos diciendo entre sollozos: «Señor Dios mío, que creaste todas las jerarquías angélicas y las potestades incorpóreas, desplegaste el cielo y afirmaste la tierra y trajiste todas las cosas de la inexistencia a la existencia […], escucha mi oración y guarda a tu fiel rebaño que encomendaste a este tu siervo inepto e indigno. Líbralos de la impiedad y del paganismo de los que blasfeman contra ti, acrecienta tu Iglesia y reúne a todos sus miembros en la unidad. Haz que tu pueblo viva concorde en la verdadera fe, e inspírale la palabra de tu doctrina, pues tuyo es el don que nos diste para que proclamáramos el Evangelio de tu Cristo, exhortándonos a hacer buenas obras que fueran de tu agrado. Te devuelvo como tuyos a los que me diste; dirígelos con tu poderosa diestra y guárdalos […] para que todos alaben y glorifiquen el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén».
(De la vida eslava de Constantino Cirilo)